Y terminamos con este
aparatito. Los bizantinos, aunque no es seguro, inventaron el reloj de
combustible, que no era otra cosa más que cirios, candelas o lámparas de
aceite, que al consumirse marcaba el paso del tiempo.
En el siglo VII aparece el
primer reloj hidráulico de fabricación japonesa, si bien hay quien dice que un
siglo después apareció en Italia el reloj mecánico, al que hace referencia
Dante en su “Paraíso”. Siete siglos después, hacia la mitad del XIV, aparece en
Francia el reloj de arena. Todo esto está un tanto confuso.
Y por fin llegamos a nuestros
días con el reloj atómico. Los relojes atómicos están basados en la resonancia
magnética de átomos y moléculas, que vibran con una frecuencia precisa y
constante. Los primeros relojes de este tipo utilizaban el cesio como motor,
pero posteriormente se utilizó el estroncio. El caso es que estos aparatitos
tienen una precisión que creemos que nunca nadie podrá comprobar, porque se
dice que pueden atrasar o adelantar un segundo cada 300 millones de años o, en
el caso del reloj basado en el átomo de aluminio, cada ¡¡¡ 3.700 millones de años, casi la edad de la Tierra !!!
Continuará.
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