Como decíamos en la anterior entrega, en ésta veremos el terror que Stalin aplicó a Ucrania.
Uno de los muchos asuntos que el marxismo-leninismo tiene sin revolver es el de la sucesión, aunque, bueno, en Cuba, en Corea del Norte y algún otro sitio, tal asunto parece resuelto: hereditario, cual repugnante monarquía.
En la época de Stalin, así como en la actual de las citadas Cuba y Corea del
Norte, por poner unos ejemplos, no hay fórmulas que justifiquen el poder que
detenta la nomenklatura. La única fórmula que existe es el montaje de una
maquinaria dentro del único partido y aniquilar y destruir a sus rivales, y a
los simpatizantes de éstos, como hizo Stalin en Ukrania. Esto está sobradamente
probado, sobre todo en la gran novela de Mijaíl Shólojov, “El Don
apacible”. El criminal Stalin, tan admirado y querido en tiempos de la
segunda república española, asesinó
entre 1932 y 1933 a siete millones de ukranianos.
No cabe duda que este tema de la “sucesión” representa una crisis
“teórico-moral” en la jefatura del partido. Esto se vio a comienzos de 1949
cuando varios jefazos del mismo fueron reemplazados por unos simples y
rutinarios miembros, como fueron los casos de Gromyko y Vishindky, lo que
supuso una “degradación” de la jefatura más antigua. Los problemas internos del
partido eran lo importante. Ni qué decir tiene que el pueblo de todo esto ni se
enteraba debido, como ya está sobradamente demostrado, a la estructura
totalitaria y centralizada de la sociedad soviética, regida y controlada por
los jerarcas del poder, que no permitían, ni permiten, que la gente se salga de
la “línea general” monolítica, impidiendo todo tipo de iniciativas y
espontaneidades.
En próximas entregas veremos algo sobre la propaganda
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario