“La República del crimen” ( I )
Como ya saben, el 14 de abril de 1931, se proclamaba
la Segunda República Española. Por tanto, en este mes se cumple el nonagésimo
aniversario de este luctuoso acontecimiento. Y decimos luctuoso por la cantidad
de crímenes, asesinatos, atentados, incendios, desmanes, desgracias,
infortunios, violaciones, etc, etc, que tuvieron lugar en aquellos años, y que
ahora se niegan, se omiten o se silencian ¿No quedamos en que hay que
“recuperar la memoria histórica”? Pues eso es lo que vamos a hacer en unas
entregas, pero ¡ojo!, “recuperando” la verdadera, no la de los de la
internacional de la mentira, del odio, del terror, del oír, ver y callar.
Y empezamos comentando el libro “La República del crimen. Cataluña, prisionera (1936-1939)”, autor
Francisco Gutiérrez Latorre, Editorial Mare Nostrum, Barcelona, 1989, 335
páginas, con Índice Onomástico incluido.
Este es otra obra de la que nadie habla y comenta,
además de no verse por las librerías. Los de la internacional de la mentira,
del odio y del terror la tienen prohibida.
En la solapa de la contraportada del libro se lee:
“Con asombro y terror, el 30 de enero de 1939
se descubren las checas que la República del Crimen ha instalado en Barcelona
para torturar a los presos. El 2 de febrero de 1939, diarios de todo el mundo
cuentan el escalofriante hallazgo. Misiones diplomáticas de países civilizados
vienen a conocer las siniestras casas de dolor, que dependían del SIM,
organismo fundado por Indalecio Prieto, del PSOE, pero que tuvieron su máximo
exponente en tiempos del Gobierno Negrín, también del PSOE.
La
silla eléctrica que aparece en la portada, era la auténtica, instalada en la
checa de la calle Vallmajor. Las checas fueron por diseñadas por un delincuente
profesional yugoeslavo, Alfonso Lairentic, sobre planos muy similares a los de
la checa que funcionó en la capital de Valencia con el nombre de Santa Úrsula.
En este volumen se describen, con la máxima exactitud posible, las referencias
de las checas barcelonesas.
La
muerte era su juego favorito. Los milicianos populares se entretuvieron,
inclusive, en exhumar los cadáveres de las religiosas de muchas Iglesias y en
exponerlos en público, como las de la presente fotografía del Convento de las
Salesas del Paseo de San Juan de Barcelona, de julio de 1936”.
En la página 66, dentro del Capítulo “La persecución trágica, cruenta, salvaje”,
hay un apartado intitulado “Los pretextos
y las acusaciones”. Se lee:
“Un
vecino de Castanyet - en la comarca
gerundense de La Selva – Luis Albó y Comas fue asesinado bajo la acusación de
tener oculto un sacerdote en su domicilio; un farmacéutico de Les Borges,
Daniel Arqués Arrufat, sufrió muerte por recoger firmas para que fuera liberado
su hermano Ramón, notario de la misma villa leridana, una tarea humanitaria en
la que le ayudaron Ramón Farré Josa y José Giné Arrufat, ambos labradores, que
también fueron asesinados, y en Torelló. Juan Vilanova Rull lo fue por defender
a una monja agredida. Uno de los casos más patéticos sería, con toda
seguridad, el de un joven de dieciocho
años, José Sandri Serra, vecino de Manlleu, acribillado a balazos por no
delatar el paradero de su padre”.
Dentro de este mismo Capítulo, hay otro apartado
intitulado “Escenario de paseos”, en donde se lee:
“Las
tapias del cementerio y el Campo de Marte fueron persistentemente utilizados en
Lérida como lugares de asesinatos, pero en la capital del Segre hubo otro
escenario singular: la mayoría de aquellos crímenes se cometieron en plena
calle, en el entro de la ciudad. Una furgoneta requisada – pertenecía a una
casa comercial cuya marca existe todavía hoy en Cataluña, y no parece delicado
aludir a su nombre, que recuerdan todos los leridanos de más se sesenta años –
recorría luego las vías públicas para recoger los cadáveres abandonados en
ellas”.
Como siempre decimos, recomendamos leer este magnífico
libro.
Continuará.
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