Continuamos con las poesías del libro “La Patria española”, del que ya hemos comentado algo en nuestro primer artículo. En las páginas 35 y 36, hay otra poesía dedicada a Castilla. El autor es Emilio Ferrari. Dice así:
« LAS TIERRAS LLANAS DE CASTILLA »
« Es un mar este paisaje por los
surcos ondulado,
Que sin términos ni orillas se dilata en derredor;
Es un mar en inmutable rigidez paralizado,
En el cual no se percibe movimiento
ni rumor.
Quizá aquí más imponente porque en calma inexpresiva
Ni sonrie ni amenaza, siempre inmóvil, siempre igual,
Es también el
libre espacio la insondable perspectiva
Que fascina y anonada, tentadora y virginal.
Aqui, igual que ante la inmensa plenitud del Océano,
El espíritu del nombre retrocede sin querer,
Y su vista no
se atreve, confundido por lo arcano
De la esfinge
aterradora, la mirada a sostener.
Tierras, tierras y mas tierras, sin
relieves ni accidentes ;
Un tapiz
desarrollado sin cesar a nuestros pies,
Una tela
ajedrezada de cien tonos diferentes,
Desde el verde
de las cepas hasta el áureo de la mies.
Sólo, a veces, de unos olmos medio
oculto entre el ramaje
Se ve el agua de un arroyo mansamente resbalar;
Y ¡qué intensa poesía cobra en medio del paisaje,
Que su vida
allí parece toda entera concentrar!
Otra vez es un sendero, que aseméjase al rasguño
Con que un dedo
de gigante desgarrara aquel tapiz,
El que cruza la rugosa superficie del terruño,
Dividiéndola, a lo largo, como roja cicatriz.
Unos de otros muy distantes, y
apiñados siempre en torno
Del escueto campanario que remata humilde
cruz,
Pasan pardos
pueblecillos, cuyo mísero contorno
Se recorta en línea obscura sobre un fondo todo luz:
Y detrás de aquellos muros la existencia se adivina
Del labriego
castellano, grave, sobria y regular;
Del trabajo al
aire libre la epopeya campesina,
La velada silenciosa junto al fuego del hogar.
¡Oh Castilla, tierra madre! ¿Quién no siente la hermosura
De esas
vírgenes montañas que no ha hollado humano pie
Que hasta el cielo se escalonan en disforme arquitectura,
Y en redor de cuyas cumbres sólo el águila se ve?
¿Quién
no admira, estremecido por un vértigo sublime
Desde
el borde pedregoso de un picacho desigual
De
qué modo hacia el abismo, con fragor que el pecho oprime
Precipítase
el torrente por el agrio peñascal?
Sí,
grandioso es el ceñudo panorama de los montes;
Mas
a todo yo prefiero tu solemne placidez,
Tus
serenas perspectivas, tus abiertos horizontes,
Donde
abarcan las miradas en el espacio de una vez.
En
las cimas Dios revela tras la roca o tras la nube;
Aquí
le hablo sin que nada e interponga entre los dos;
En
las ásperas montañas hasta Dios el hombre sube;
Solamente
en las llanuras hasta el hombre baja Dios.”
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