viernes, 30 de abril de 2021

Trampa más trampa, mentira más mentira


 

Estas son las bases en que se fundamentan una vez más los argumentos de las campañas izquierdistas ante las sucesivas elecciones, en esta ocasión, las madrileñas. En este aspecto su imaginación es muy fértil pero como de costumbre, al mismo tiempo pobre, mendaz y rastrera.

Somos testigos estos días del manejo de la opinión pública a base de noticias sensacionalistas de supuestas amenazas a los heroicos gobernantes. También abundan las tertulias en las que la imparcialidad brilla por su ausencia y la manipulación resulta tan evidente que la decisión, valentía y claridad de un contertulio (en este caso, una) hace saltar por los aires todo el montaje y deja en paños menores a toda la organización...aunque seguro que, insensible al desaliento, esta pandilla de listos no cejará en su empeño y olvidando el ridículo, seguirá inventando modos y maneras de seguir con sus trapaceros métodos, para desprestigiar a todos, todas y “todes” los que puedan interponerse en su camino, en el camino de la perpetuación en el poder, un poder que están demostrando día tras día, solo sirve a sus intereses y no al bien de la ciudadanía y del que usan y abusan de una forma cada vez más parcial y descarada.

 Cuando yo era niño, en mis felices temporadas de vacaciones en un delicioso y pequeño pueblo asturiano decíamos a modo de sentencia en ese lenguaje popular tan gráfico y certero: “las trampas, rescamplan”, siendo rescamplar un verbo de difícil traducción pero que nosotros entendíamos perfectamente como “rebotar” o “volverse en contra” y ya puestos a aclarar, sinónimos, de lo que se conoce como “producir efecto boomerang”.

 Una vez más, todo este manejo nos hace pensar que nuestro pueblo no se merece el nivel de pobreza y ruindad que preside hoy las mentes que lo rigen. La experiencia está resultando verdaderamente penosa y por ello vemos y nos alegramos de que, a veces, en beneficio de la verdad, se haga patente el dicho asturiano a que aludimos: “las trampas, rescamplan” o “les trampes, rescamplen”, y que llegue a alcanzar la categoría de ciceroniana claridad.

 Nada sabremos en concreto y esto es la única realidad sobre el resultado de las elecciones a la comunidad de Madrid hasta la noche del próximo día 4 pero según mi opinión nunca la representación de la izquierda había tenido un nivel tan pobre, bajo y poco fiable como en esta ocasión que comentamos.

 En una repentina decisión, el sr. Iglesias Turrión nos había sorprendido al presentarse como candidato de su partido a encabezar la lista electoral. No conoceremos a fondo las razones que le hayan impulsado a dar este paso aunque creemos que la principal podría ser el deseo y convencimiento de que iba a erigirse en la figura estelar de la izquierda, alcanzando otra vez la notoriedad adquirida gracias a sus manejos de la indignación popular y al torpe apoyo que la oposición le brindó un día como feroz verdugo del PSOE y que él aprovechó para lograr su momento de gloria, pero un uso tan ególatra de la ocasión le fue restando credibilidad al tiempo que subía su posición social y aumentaba la obligada mentira en sus intervenciones públicas. Se diría que Galapagar fue para él su particular valle de los caídos y de allí hubo de salir para encontrarse, en primer lugar con un portazo en las narices de Más Madrid tras su intento de entendimiento y dominio y después con la rocambolesca unión con el señor Gabilondo cuya persona parece situada en sus antípodas hasta tal punto que ha pasado a formar con él una pareja inverosímil, una verdadera caricatura.

 Ya no engaña Iglesias. No engaña su furia, no engañan sus repetidos argumentos con sus ataques indiscriminados a todo aquello que no se corresponda con su modélica pureza, no engaña ya su pretendida proletaria vestimenta. Hoy, económicamente es millonario y políticamente ha entrado de lleno, pareja incluida, a formar parte de la odiada casta que un día no muy lejano sufrió sus ataques como azote y verdugo exterminador. Parece que sus días han pasado ¿Tendrá capacidad todavía de reservarnos una sorpresa final?

 Francisco Alonso-Graña del Valle

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