La democracia que tenemos
ahora en nuestra Patria es un sistema un tanto opresor, aunque esto pueda
parecer un contrasentido. Si nos fijamos un poco, esta democracia ha sido
salpicada y aderezada con “lo políticamente correcto”. Vean un ejemplo.
El país democrático por excelencia son los
EE.UU., a los que se les vilipendia, se les desprestigia y se les condena por
mor de la citada corrección política. Incluso se condenan sus grandes virtudes
democráticas. Si alguien osa ir en contra de este desprestigio norteamericano,
rápidamente se sacan a colación los conceptos políticamente correctos como son
la “democracia” y la “solidaridad”, concepto este último que ha sustituido al
de caridad porque, claro, ésta suena a cristianismo y eso no se puede permitir,
oiga.
Este concepto de solidaridad
está tan manido y extremadamente usado, que hasta cierto tipo de clero lo
emplea porque, claro, está dentro de los cánones del “pensamiento común”.
El asunto llega a tal
extremo, que en la campaña antitabaco que se realizó en su día, a los
hosteleros que protestan porque el sector iba a salir perjudicado,
automáticamente se les tachaba de “insolidarios”. Pero, ¡ah! no ocurre lo mismo
con la droga y las aberraciones sexuales: la una se “democratiza” y las otras
se permiten.
Si la Inquisición
desapareció hace siglos, ahora parece que vuelve: sería el “el laico oficio”. Y
que nadie ose levantar la más mínima voz o denunciar la intromisión de los
antitabaquistas en el ámbito privado ¡Excuso decirles!
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