Una de las frases más manidas ha sido siempre la de "ejercer y defender la libertad de expresión", que parece estar en el frontispicio de cualquier sistema, ya sea democrático o dictatorial. Cínicamente emplearon estas palabras los Lenin, Stalin, pasando por Mao Tse Tung, etc, etc, hasta llegar al no menos cínico Fidel Castro, patrón del “modelo referencial”, según el ínclito e inefable Gaspar Llamazares.
La verdad es que hablar de libertad de expresión, y tener criterio propio, no se da en el mundo de la izquierda, por mucho que cacareen lo contrario. Y decimos que esto no lo permite la izquierda porque cualquiera que discuta sus ideas y sus planteamientos de forma razonada, ipso facto se le tacha de lo de siempre: fascista, retrógado, lacayo del imperialismo vaticano-sionista y demás epítetos sobradamente conocidos.
Si alguien osa hacer la más mínima crítica, automáticamente saltan los fámulos de lo políticamente correcto cercenando los mínimos derechos, que tenían que estar vigentes en cualquier país normalmente constituido, imponiendo los deberes y razones que manda el manual del agit-prop y el panel ideológico. Y es entonces cuando aparecen los “manifiestos”, concentraciones, “movimientos”, algaradas callejeras, barricadas, asaltos a sedes del partido opositor, huelgas, etc, etc.
Si alguien aporta algo para solucionar un problema, es instantáneamente anatematizado si no es “de los nuestros”, porque “nosotros” siempre tenemos razón, oiga, aunque el tener razón no es lo mismo que tener la verdad o estar en posesión de ella. D. Quijote exponía “su razón”, la de un loco, cuando decía que eran gigantes y no molinos, mientras que Sancho estaba en posesión de la verdad.
Y terminamos con unas palabras de Miguel de Unamuno, que fue probablemente el español que contribuyó al advenimiento y restablecimiento de la verdadera República:
“Mientras haya quienes traten de imponer, de un modo o de otro, lo de que es preciso creer estas o aquellas doctrinas para ser buenos; mientras haya esto, no habrá libertad. Ni habrá libertad mientras no penetre en lo más intimó de la conciencia pública la verdad de que no hay nada, absolutamente nada, que no deba decirse y que debe oírse con respeto y sin estúpidas protestas –aunque sobraba el epíteto, pues siempre es estúpida toda protesta– todo, absolutamente todo, lo que pueda decirse, salvo refutarlo luego o combatirlo”.
“Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no inquisidora”.
Asimismo, una vez establecida la República, y con motivo de la apertura del curso universitario de aquel año 1931, decía:
“Lucharemos por la libertad dela cultura, porque haya ideologías diversas, ya que en ello reside la verdadera democracia y libertad”.(I)
Como está sobradamente comprobado, la izquierda de siempre jamás ha respetado todo esto.
(I).- “Agonizar en Salamanca. Unamuno (Julio-Diciembre 1936)”, Alianza Editorial S.A., Madrid 1986, página 62.
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