No cabe duda de que no se puede legislar ignorando el hecho religioso en España, así como tampoco nadie debe imponer a nadie una determinada visión de la realidad basada en la intrascendencia humana que pretende socavar los valores cristianos. El totalitarismo pedagógico gramsciano actual es lo que intenta, mediante una guerra de religión fomentada y desatada por ya sabemos quién.
La actitud políticamente correcta es pedir que seamos tolerantes con aquellos que no comparten nuestros puntos de vista. Actitud loable y digna. Pero al mismo tiempo salta la incoherencia y la contradicción al presentar una visceral intolerancia con nuestras propias raíces culturales basadas, gusten o no, en el cristianismo.
La arremetida de socialistas y comunistas contra la asignatura de religión es arrolladora. Estos partidos, tan democráticos ellos, no tienen en cuenta que la asignatura es solicitada por el 75 % de los españoles. Traducido el porcentaje a números contantes y sonantes equivaldría a los votos del PSOE y del PP juntos. Pero nada de esto les importa: su progresismo talibán les hace seguir odiando a la religión, odio que es en realidad el fondo del problema. A pesar de los datos numéricos antes vistos; a pesar de que los artículos 16 y 27.3 de la Constitución reconocen y amparan el derecho a la libertad religiosa; a pesar de que la mayoría de los españoles son católicos y a pesar de todos los pesares, aún se puede oir a cargos publico-políticos decir que ”no entiendo qué hace todavía en este país la Iglesia Católica ” . Vamos a ver: ¿acaso la formación religiosa no es un derecho, como pueda ser una formación humanista, histórica, lingüística, etc? ¿Por qué entonces esa obsesión anticlerical y antieclesiástica? Para estos progres de salón, lo políticamente correcto es seguir siendo fámulos del marxismo, aunque no se den cuenta.
Estos políticos anticlericales, de perlesía mental comprobada, repiten zumbonamente que las religiones contienen en sí mismas la semilla del fanatismo. Pero ¡ojo!, sólo las monoteístas ¿Alguien puede decir hoy que los católicos son fanáticos? Sencillamente, no. Y si los hubiese, no sería el asunto para generalizar ¿Acaso no hay fanáticos entre los hinchas de los clubes de fútbol? ¿Se debe repudiar, por tanto, al Real Madrid, Barça, Sevilla, etc? ¿Acaso no hay violencia de sexo? ¿Sería repudiable el matrimonio por esta circunstancia? Evidentemente, no.
Sin embargo se silencia alevosamente de forma rahez todo lo que el cristianismo ha contribuido en la defensa de la dignidad humana. Se sigue al pie de la letra el manual del agitprop: la religión es producto de la ignorancia y la principal causante de la barbarie; la ciencia destruye la religión; la religión es una ilusión y, como frontispicio, la religión es el opio del pueblo
Estos demócratas de pacotilla caen, sin darse cuenta, en criterios totalitarios: la verdadera libertad es la de elegir. Si se propugna que la educación sea, de forma total y absoluta, incumbencia del Estado, estaremos ante una posición marxista-leninistas-gramsciana de la educación. El Estado tiene la obligación y el deber de que todo el mundo tenga derecho a la mencionada educación, pero no a ejercerla. El Estado tiene que ser neutral y, por tanto, no ejercer de monopolista de la educación, debiendo proteger el tan cacareado pluralismo y el derecho de los padres a elegir la formación de sus hijos.
En la inmensa mayoría de las naciones de Europa, se mantiene la religión en el sistema educativo. No hay más que leer el informe de CIDE (Centro de Investigación y Documentación Educativa).
Aunque en la actualidad la Iglesia está separada de forma total del poder civil, el nuevo anticlericalismo trata de amordazarla para que no hable y si lo hace se la desacredita, se la ridiculiza y se banaliza su mensaje. Aunque hoy no se maten curas y monjas, se sigue atacando a la Iglesia desde todos los frentes habidos y por haber por esos tribunos de las letras que, desde periódicos, revistas, obras teatrales y escritos varios presentan, entre blasfemias, obscenidades y demás, una imagen de la Iglesia como la única responsable de todas las calamidades de España siendo, por tanto, merecedora de todos los castigos.
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