Como ya hemos dicho anteriormente, vamos a narrar de una manera somera, la vida de unos personajes que, por diversas razones, destacaron o influyeron en la Historia de la humanidad. Muchos de ellos, por distintos motivos, o bien han sido borrados de dicha Historia, o bien se ha mentido o tergiversado su historia o sus obras. Ahora le toca el turno a Alfred Nobel que, como hemos dicho en la anterior entrega, en este veremos algunos accidentes que costaron la vida a muchas personas, antes de la llegada de Alfredo Nobel a Nueva York.
La nitroglicerina iba a empezar con mal pie. Así, en
noviembre de 1.865, la fábrica que se había construido en Noruega saltó por los
aires. Una semana más tarde, otra explosión en Silesia arrancó de cuajo las
piernas de un operario lanzándolas a un kilómetro de distancia. En el mes de
abril de 1.866 estallaron unas 70 cajas de nitroglicerina que se encontraban en
un barco en Panamá. Tal explosión costó la vida a sesenta personas.
Al poco tiempo de este último accidente, ocurrió otro
en California en el que perecieron quince personas, al explotar un carromato
que transportaba nitroglicerina.
Con este historial, llegó Nobel a Nueva York
“acompañado” de varias cajas de explosivos que había ocasionado tales
desastres. Ni qué decir tiene que le fueron cerradas todas las puertas. Pero no
se desanimó, consiguiendo hacer unas demostraciones en las que se veía que se
podía tener absoluto control sobre el explosivo. El valiente público que
presenció las citadas demostraciones quedó plenamente convencido de las
utilidades del citado explosivo. No obstante, en muchos países se prohibió su
uso, a la vez que los barcos se negaban a transportarla porque la seguridad no
era plena.
Nobel se puso de nuevo a trabajar para conseguir esta
seguridad. Y la encontró, aunque por pura casualidad. La nitroglicerina, une vez metida en los
envases, estaba protegida por serrín cuando era embalada. Y sucedió que en una
de las fábricas que había en Alemania, se rompió un envase y los obreros sustituyeron dicho serrín por una tierra fina y porosa,
conocida con el nombre de Kieselguhr,
que era muy abundante en aquella región. Nobel observó que esta tierra
absorbía, como un verdadero secante, el líquido derramado, ocurriéndosele
mezclar nitroglicerina y Kieselguhr en la proporción de tres a uno, obteniendo
así una pasta un tanto densa que se podía transportar sin ningún riesgo. Esta
nueva mezcla fue bautizada por Alfred Nobel con el nombre de dinamita.
Al término de su vida llegó a la conclusión que se
había equivocado , pues se dio cuenta que no sucedió lo que él se había
imaginado: que el descubrimiento de armas más mortíferas que las que se
conocían hasta aquel momento, iba a
disuadir a la humanidad de enfrentamientos y guerras.
Aparte de su actividad inventora, era una persona
aficionada a la poesía, a la filosofía y a varias cosas más. Sabía
correctamente seis idiomas. Todo un portento.
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