viernes, 28 de enero de 2022

“El show de sus señorías” ( 11 )


 Y continuamos con este libro. Como decíamos en nuestra anterior entrega, en las tres siguientes veríamos  “Ábrese la sesión”, “El silencio y el énfasis” y “He aquí un político”,  en las que se observa  la chispa y el gracejo de Azorín al narrar las sesiones del Parlamento. Y empezamos por la primera, página 57. Dice así:

“Ábrese la sesión”

He aquí  cómo describe Azorín el comienzo de una sesión parlamentaria presidida por don Francisco Romero Robledo:

Pero ya aparecen por la puerta lateral de la izquierda los dos maceros con sus recias mazas al hombro: el señor Romero Robledo surge también un poquito después detrás de ellos. Cuando el señor Romero Robledo pone el pie en el primer escalón de la grada presidencial entrega su sombrero a un ujier; este ujier se lo entrega a otro ujier que se halla un poco más arriba y éste, a su vez, a otro que lo coloca . . .¿Dónde? yo no lo sé; mi vista no columbra en la foscura que hay detrás de la mesa presidencial.

Una vez que el presidente toma asiento en su sitial, dice Azorín:

Entonces tiene lugar la operación más solemne del régimen: el señor Romero Robledo saca un blanquísimo, nítido, pañuelo y se limpia la barba. No tiene nada que limpiar, porque el señor Romero Robledo es una persona pulcra y acicalada; pero es este acto como un rezago del antiguo mozo elegante, como clásica supervivencia de un pasado pulidísimo.

Azorín no alude para nada las prácticas de ‘gran muñidor’ electoral que hicieron famoso a Romero Robledo, a quien se dio en su juventud el apodo de ‘el pollo de Antequera’. El carácter del hombre que encarnó la lacra española del caciquismo político queda sin embargo perfectamente descrito:

Yo quiero llamar la atención de las damas de las tribunas sobre este acto del señor Romero Robledo. Son tres o cuatro golpes ligeros, etéreos, rítmicos, artísticos, a derecha e izquierda, con un ademán automático instintivo, pliega el fino pañuelo, de modo que resulten casi juntos los picos, y, una vez así plegado, se lo pone en el bolsillo superior de la levita, en tal guisa que asome uno de los picos, y que este alto triángulo destaque sobre la negrura del traje . . .

Un último gesto del presidente completa el retrato azoriniano:

El señor Romero  Robledo ha pronunciado ya su frase terrible de ¡ábrese la sesión!; ha mirado y saludado tenuemente con la cabeza a las damas de la tribuna; ¿qué es lo que sigue? El señor Romero Robledo llama a un ujier y manda pequeños paquetes de caramelos a las señoras”.

Continuará.



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