Y continuamos con este libro. Como decíamos en nuestra anterior entrega, en las tres siguientes veríamos “Ábrese la sesión”, “El silencio y el énfasis” y “He aquí un político”, en las que se observa la chispa y el gracejo de Azorín al narrar las sesiones del Parlamento. Y empezamos por la primera, página 57. Dice así:
“Ábrese
la sesión”
He aquí cómo describe
Azorín el comienzo de una sesión parlamentaria presidida por don Francisco
Romero Robledo:
Pero ya aparecen por la puerta lateral de la izquierda los dos
maceros con sus recias mazas al hombro: el señor Romero Robledo surge también
un poquito después detrás de ellos. Cuando el señor Romero Robledo pone el pie
en el primer escalón de la grada presidencial entrega su sombrero a un ujier;
este ujier se lo entrega a otro ujier que se halla un poco más arriba y éste, a
su vez, a otro que lo coloca . . .¿Dónde? yo no lo sé; mi vista no columbra en
la foscura que hay detrás de la mesa presidencial.
Una vez que el presidente toma asiento en su sitial, dice Azorín:
Entonces tiene lugar la operación más solemne del régimen: el
señor Romero Robledo saca un blanquísimo, nítido, pañuelo y se limpia la barba.
No tiene nada que limpiar, porque el señor Romero Robledo es una persona pulcra
y acicalada; pero es este acto como un rezago del antiguo mozo elegante, como
clásica supervivencia de un pasado pulidísimo.
Azorín no alude para nada las prácticas de ‘gran muñidor’
electoral que hicieron famoso a Romero Robledo, a quien se dio en su juventud
el apodo de ‘el pollo de Antequera’. El carácter del hombre que encarnó la
lacra española del caciquismo político queda sin embargo perfectamente
descrito:
Yo quiero llamar la atención de las damas de las tribunas sobre
este acto del señor Romero Robledo. Son tres o cuatro golpes ligeros, etéreos,
rítmicos, artísticos, a derecha e izquierda, con un ademán automático
instintivo, pliega el fino pañuelo, de modo que resulten casi juntos los picos,
y, una vez así plegado, se lo pone en el bolsillo superior de la levita, en tal
guisa que asome uno de los picos, y que este alto triángulo destaque sobre la
negrura del traje . . .
Un último gesto del presidente completa el retrato azoriniano:
El señor Romero Robledo ha
pronunciado ya su frase terrible de ¡ábrese la sesión!; ha mirado y saludado
tenuemente con la cabeza a las damas de la tribuna; ¿qué es lo que sigue? El
señor Romero Robledo llama a un ujier y manda pequeños paquetes de caramelos a
las señoras”.
Continuará.
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