Como decíamos en la última entrega de Santos Dumont, en éste y sucesivas vamos a ver algo sobre Alfonso Bertillon, que fue la primera persona que identificó a un asesino por las huellas dactilares.
En los
comienzos del siglo XX, se desplazó a París un editor norteamericano,
concretamente de Nueva York, con la intención de contactar con el detective más
famoso del mundo y ofrecerle un dólar por cada palabra de sus memorias. Dicho
detective se llamaba Alfonso Bertillon. A pesar de que la oferta superaba con
mucho su sueldo como Director del Departamento de Identidad de la policía
francesa, respondió al editor que no tenía tiempo para ello.
Catorce años después fallecía el francés, sin haber tenido tiempo para escribir
sus memorias, lo cual no fue óbice para para que descubriese los medios para
identificar a los criminales, siendo el primer detective que solucionó y
descubrió al autor de un crimen bestial por medio de las huellas digitales.
Estando en el servicio militar, se dedicó al estudio del cráneo humano.
Clasificó los 222 huesos de nuestro cuerpo, descubriendo que no hay ningún ser
humano que tenga las mismas medidas en sus huesos.
Una vez terminado el servicio militar, empezó a trabajar humildemente en
la Prefectura de Policía parisina. Su modesta misión era copiar los datos de
los criminales arrestados, con el objeto de poderlos reconocer nuevamente en
caso de que volvieran a reincidir y volvieran a caer en manos de la
policía.
Obviamente esto no daba buenos resultados, ya que el reincidente podía
cambiar de nombre, además de su cara, dejándose barba, patillas, etc., lo cual
hacía que no se pudiese identificar o reconocer.
Bertillón sabía que entre los veinte y los sesenta años, había ciertas partes
del cuerpo humano que no cambiaban de tamaño normalmente.
Cuando casi llevaba un año en la Prefectura, hizo y mostró un estudio en el que
se veían 11 partes que no sufrían alteración en el cuerpo.
Con gran ilusión presentó este estudio al jefe del a Prefectura, esperando su
aprobación y también su felicitación. El resultado fue totalmente opuesto:
dicho jefe se lo tiró a la cara diciéndole que los simples escribientes no
tenían categoría para decir lo que se tenía que hacer en la Prefectura, llamándole
además imbécil.
Bertillon siguió con sus estudios sin desánimo. Curiosamente, tres años
después, el citado jefe que le había insultado y rechazado sus estudios, fue
sustituido por otro, a quien le presentó dichos estudios. El resultado fue
totalmente distinto al anterior: el nuevo jefe quedó impresionado por el nuevo
método. Las consecuencias que trajo esto, lo veremos en la próxima entrega.
Continuará.
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