Como es sabido, la China
comunista estableció en su día una enmienda constitucional autorizando la
propiedad privada, que es la antítesis del comunismo, para continuar con el
auge de la economía china que había tomado medidas liberalizadoras iniciadas
hace muchos años por Deng Xiaoping, en contraposición a las políticas de
confiscación que había llevado a cabo Mao por los años 60 del siglo XX, dando lugar
a otra hambruna gigantesca, provocada por los experimentos sociales del Gran
Reformador Agrario.
Esta protección a la
propiedad privada tendrá como consecuencias inmediatas atraer inversiones,
fomentar el ahorro, aumentar la productividad, crear más empleo, etc. No en
vano el crecimiento económico de la
China actual es del orden del 6,6, aunque tal crecimiento es el más bajo de
los últimos 30 años.
Para el economista Ramón Tamames
(ver su obra “China: la cuarta
revolución”, Editorial Alianza, Madrid 2001), China se encuentra ante su
cuarta revolución, que está llevando al país asiático a la sustitución de la
planificación central, por una serie de medidas liberalizadoras con potenciación
y protección de la empresa privada, y al ingreso de China en la OMC
(Organización Mundial del Comercio), cosa que ocurrió en diciembre de 2001.
Según manifestaciones del
jefe de la Comisión
de Administración y Supervisión del Sector Público, Li Rongrong, “las empresas públicas en números rojos, que
aún están funcionando, serán cerradas sin remisión”, lo que llevará al
gobierno chino a cerrar 2.500 empresas públicas con 5 millones de trabajadores.
Recordar también que entre 1.994 y 2.002 han cerrado más de 3.000 empresas
públicas, y que desde 1.998 se han despedido 28 millones de trabajadores del
sector público.
El adiós al judío Marx parece
definitivo, aunque hay por ahí pintadas de los fumadores de opio en las que se
lee “Marx vive”.
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