Hemos escrito varias veces en este blog, y en otros
sitios, sobra la mentira como arma e instrumento político y propagandístico. Ya
decía el criminal Lenin que la mentira podía ser una buena arma revolucionaria.
Tal parece que casi cien años después se sigue practicando el mismo lema.
Cuando los “mass-media” más ad hoc al sistema quieren
“transmitir” algo, de lo primero que se ocupan es de eliminar lo esencial de la
noticia, para después emplear todas las maneras posibles para hablar de una
cosa o de un asunto, con lo que se distorsiona la verdad. La táctica es bien
sencilla: falsear la realidad de tal modo que no aparezca la más mínima
contradicción. Para eso están los “intelectuales” y los “pensadores químicos”,
oiga que, con su verborrea, garambainas y “razonamientos”, inoculan en el
"pueblo soberano" todo tipo de engaños y embelecos.
No cabe duda de que, muchos de los conocimientos que se fueron adquiriendo a lo largo de la Historia, han sido transmitidos de forma verbal. Si nos basamos solamente en nuestros conocimientos adquiridos por experiencia directa en nuestras vidas, dichos conocimientos serían mínimos. Nuestros padres, abuelos, maestros, amigos, etc, nos han transmitido muchas cosas a través de la palabra, ya sea escrita o hablada, es decir, nos lo han transmitido a través del lenguaje. Por tanto, existe una relación íntima entre dichos conocimientos y el lenguaje.
Al mismo tiempo, si ese lenguaje es usado tendenciosamente, lo que resulta es el control de del pensamiento, como había programado Antonio Gramsci en su día y que tal parece que aún sigue vigente.
En la obra “1984”, de Eric Arthur Blair, más conocido por George Orwell, publicada en 1949, ya nos habla el autor del nuevo lenguaje impuesto por los jerarcas del partido, la “Novalengua”, que consistía simplemente en reducir y limitar cada vez más el número de palabras, con lo que se conseguía, obviamente, reducir el pensamiento encerrándolo y encasillándolo conforme a lo que quería la jerarquía.
Por otra parte, y a pesar de este lenguaje falso, el transmisor de ideas busca “argumentación”. Y para esto recurre a todo tipo de sofismas: desde el manido “ad verecundiam”, pasando por el “ad hominen”, siguiendo por el “ad ignorantiam” y el “ad odium”, y terminando por el “ad baculum”, etc.
Dicha “argumentación” consiste en captar la atención
sobre ciertas cosas que interesan, aunque tal “argumentación” esté exenta de
toda lógica. Ellos saben muy bien que la estulticia del pueblo soberano es muy
grande y sus conocimientos en este terreno son limitadísimos.
Además de esto, usan y emplean la simplificación al máximo, con lo que se cae en la dicotomía: buenos y malos, o amigos y enemigos. Así de sencillo.
También se emplea otra táctica: la de la asimilación, que consiste en que lo que se va a juzgar es similar, igual o semejante, a otro asunto que es conocido, y que no tiene nada que ver con lo que se está exponiendo, pero el “analista” se encargará de buscar rasgos y características comunes, terminando en una extrapolación totalmente inconsecuente.
Con todo esto, y con otras cosas, se llega a la
poltrona de la “monkloaca”.
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