Las personas, “personos” y “persones” que se arrastran
como caracoles, puede que consigan lo que quieren, pero también conseguirán una
gran infamia y ruindad. De esto saben mucho los politicastros.
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Cuando a un politicastro se le rechaza por su perorata
populista, faramallera y trapacera, dice que los que le rechazan son gente sin inteligencia
porque no saben captar sus sentimientos e ideas.
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Hay dos clases de aguijones: el de la avispa, y el de
el desengaño que se sufre por el comportamiento o quehacer de un familiar, de
un amigo o de alguien a quien se aprecia.
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La soberbia, la altivez, la arrogancia, etc, se
asemeja a la lava de un volcán, ya que arrasa y daña todo lo que encuentra en
su camino. Decía el sabio Salomón que la soberbia era el heraldo de la ruina.
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Hay tíos, tías y “tíes” que presumen y se jactan de
ser honrados, honestos, buenos, etc, pero en su fondo están la maldad, la perfidia,
la mala fe, etc.
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La educación actual, nada quiere saber de la
disciplina, ni de los valores éticos y morales. Sin embargo, ambiciona
conseguir supremacía y hegemonía sobre los demás. Dicha educación está totalmente
corrompida y envenenada por la política.
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Hay algunos politicastros que pierden el tiempo en
reparar y subsanar los errores de los “otros”, pero los de los “nuestros”, ni
comentarlos.
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¡Cuánta falta nos hacen en este momento personas, “personos”
y “persones”, que dejen de expandir su brusquedad e irritación con los demás, y
las apliquen sobre sí mismos ante los destrozos sociales, políticos y económicos
que están creando!
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Los mentados politicastros son tan valientes, tan
bravos y tan bizarros, que son capaces de desenvainar el sable o el puñal para
luchar y combatir contra un sapo o una rana.
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