Y empecé diciendo a Dios gracias, pues tal es el
tinglado organizado con motivo de la aplicación de dosis de distintos orígenes
al mismo paciente, que me he librado de preocupaciones añadidas a la principal,
que sería la de contraer la enfermedad. Por ello también me libré de leer y
valorar opiniones diversas que me hubiesen traído por la calle de la amargura
sin llegar con seguridad a una conclusión válida e irrefutable, aunque tal vez
al final me acogería al conocido dicho de “doctores tiene la santa Iglesia” y
confiaría en la buena voluntad de los responsables.
Pero la polémica está en marcha y, aunque a mí, repito
ya no me incumbe, soy testigo, como somos todos de que no hay emisora de radio,
tv, prensa escrita, etc. en la que no esté presente este caso con carácter
preferente día tras día sembrando la duda a diestro y siniestro, merced a una
florida y prolífica profusión, valga la redundancia, de sabias opiniones de
expertos entendidos o de repentinos especialistas que suelen florecer en
ocasiones conflictivas como la que nos ocupa hoy. Y hago constar que no
pretendo tomar a broma el caso que realmente no tiene ninguna gracia, pero la
situación que ha causado se aproxima en ocasiones al esperpento.
Todo este confuso litigio en que ha devenido la
administración de algo tan importante como una vacuna, clave en la solución de
un enorme problema sanitario, viene gestándose desde la desastrosa gestión con
que nuestras autoridades lo han manejado desde la primera aparición del peligro,
negando primero su existencia y minusvalorándolo posteriormente cuando su
evidencia e importancia era indiscutible. Después, una vez reconocido y
aceptado, la aplicación de soluciones mediante remiendo tras remiendo con
decretos de estados de alarma, mil opiniones distintas, adjudicación o no de
responsabilidades a las autonomías y, para rematar, un pintoresco juego de cifras,
no ha hecho más que crear una confusión creciente entre la ciudadanía, atónita
e indefensa, obediente y sumisa, dotada, menos mal, de un gran tanto por ciento
de prudencia.
Parece mentira que un gobierno con nada menos que
veintidós ministros, a estas alturas del problema, no haya sido capaz de
documentarse y prepararse para esgrimir una actitud firme y decidida ante un
problema de tanto calado y mostrar su capacidad para hacer sentir confianza a los
ciudadanos. Pero claro, para esto son necesarias varias cualidades siendo quizá
la primera, la humildad para reconocer las limitaciones y carencias de cada
uno. No parece esta una virtud que abunde entre los “mangatarios” y ello es lo
que los hace incapaces de aceptar lo evidente pues prefieren en su torpe
egolatría, aparentar que saben de todo porque se asesoran de todo, llegan a inventar
imaginarias comisiones de expertos a los que podrán echar la culpa si se
producen los fallos habituales y, ya cayendo en la ridiculez, ofrecen como gran
prueba de la garantía e idoneidad de sus decisiones, la realizada entre
¡seiscientas personas! Total, un gran desconcierto más que palpable.
Repito que la cuestión no es para tomarla a broma pero
la credibilidad de este gobierno tan artificialmente elaborado sin ningún rigor
ni garantías y en el que priva el particular interés político antes que el
saber, la competencia y el dominio de cada materia, corre hacia un inevitable despeñadero
cada día más aparente y manifiesto. Que Dios nos coja confesados y...vacunados.
Francisco Alons o-Graña del Valle
No hay comentarios:
Publicar un comentario