Así se intitula el libro escrito por Valentín González
“El Campesino”, Editorial Maracay, Venezuela, 366 páginas, incluido “Índice”.
Como decíamos en las anteriores entregas, en ésta y
sucesivas vamos a ver lo que nos dice El Campesino en este libro en los Capítulos
que ya hemos indicado en la primera entrega, sobre el “paraíso comunista”, que
era la base del “porvenir radiante de la Humanidad”.
En el anterior artículo comentábamos que en éste
veríamos algo sobre el Capítulo V I I intitulado “La U.R.S.S., a dos dedos
del colapso”, páginas 77 a 88. Escribe “El Campesino:
“No cabe duda de que ese inmenso país está
gobernado por una dictadura totalitaria y policíaca en la que en general, el
pueblo ruso no goza de ninguna libertad y es inmensamente desdichado”.
En otro párrafo continúa el autor:
“Cuando me evadí de la Unión Soviética
hace algunos meses, yo creía todavía que París había sido destruido por los
alemanes en su retirada. Esto es lo que afirmaron entonces la radio y la prensa
soviética, y nunca esta información ha sido objeto de la menor rectificación. N
obstante, yo creo que la verdad sobre la U.R.S.S. se abre camino muy lentamente
y de manera parcial, lo cual acarrea ciertos peligros para el mundo civilizado.
El telón de acero aísla por sus dos lados y cumple así la misión que dese el
Kremlin”.
La propaganda del régimen antes de empezar la Segunda
Guerra Mundial, era poco menos que de risa. Nos dice El Campesino en la página
79:
“Unos meses antes de estallar la guerra,
Molotov afirmó muy ufano que, en el caso de verse arrastrada a la contienda con
el imperialismo, la Unión Soviética estaba preparada con grandes reservas de
comestibles, de armamento y de aviación para derrotar a cualquier enemigo
eventual”. Decía Molotov:
“Cuando abramos el palomar soviético, las
potentes águilas del camarada Stalin se extenderán por todo el mundo; nuestros
aviones son los mejores y asimismo nuestra artillería es la mejor”.
Y sigue el autor:
“La amenaza iba dirigida a las potencias
imperialistas, pero no a la Alemania nazy, con la que se negociaba ya el famoso
pacto.
Lo cierto es que el pueblo soviético – y en
primer lugar el Partido Comunista y el Konsomol -, habituados a creer en la
infalibilidad del Gobierno, sentía una gran confianza ante tales afirmaciones. A
los cinco días del ataque nazi, en junio de 1941, el frente ruso se vino abajo
y todas las líneas quedaron rotas sin resistencia alguna.
La sorpresa y la desilusión son enormes en
la masa del pueblo. Nadie se atrevía a chistar, pero los rostros y los ojos
hablaban.
Los medios oficiales podían disimular
apenas que confiaban sobre todo en la ayuda británica, según las promesas
hechas el mismo día de la invasión por Winston Churchill.
¡La invulnerable U.R.S.S. de Stalin, ‘el
infalible’, esperando su salvación principalmente del odiado imperialismo y
del viejo tory Churchill!
A los tres mese de guerra se tuvo la clara
impresión de que todo estaba perdido; del tercero al quinto mes, la
descomposición y el caos fueron indescriptibles”.
En otro párrafo nos dice “El Campesino”:
“Los funcionarios del Partido, de la
N.K.V.D., del Socorro Rojo Internacional, de las empresas, de la Komintern,
ganados por el pánico, huyen sin orden ni concierto hacia el Sur y hacia el
Norte. Sólo han pensado en una cosa: en apoderarse de los automóviles y de los
autobuses disponibles y en llevarse todo el dinero y todos los objetos de algún
valor que han podido encontrar”.
En la próxima entrega veremos los cambios de los
jerarcas soviéticos, tanto de actitud como del lenguaje, ante esta desastrosa
situación
Continuará.
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