Y seguimos con el tema de lo acontecido en aquella
nefasta Segunda República Española que fue un “legado de luz”, según
manifestó su “Sanchidad” en su día por aquello de “recuperar la memoria
democrática” suya, y la “memoria histórica” de su colega Zapatero.
Como ya saben, el nefasto personaje Largo Caballero se
valió de todo tipo de argucias y mentiras para desencadenar la revolución de
octubre de 1934. Entre dichas argucias estaba la de que en el Gobierno habían
entrado algunas personas de la CEDA. Esto era mentira porque la decisión de
desatar y desencadenar dicha revolución ya se había tomado mucho tiempo antes.
Así lo demostró Amaro del Rosal Díaz, miembro del PSOE y de la UGT, que no
estaba de acuerdo con los planteamientos del “Lenin español”.
El que sí estaba de acuerdo era Indalecio Prieto que,
desde hacía bastante tiempo, había comentado “desencadenar la revolución
social con todas sus consecuencias, sacrificios y dolores”. Esto aparece en
la página 8 del diario “La Voz de Asturias” de fecha 8 de febrero de 1934, con
el título de “Notas del día”, como pueden ver en la imagen.
Recomendamos a su “Sanchidad” que vea las esquelas de
las personas asesinadas por sus correligionarios, así como también le
recomendamos que lea el libro de Manuel Azaña intitulado “Causas de la guerra de España”, Editorial Crítica S.L., 2.002, 163 páginas incluido
índice. En la página 96 se puede leer:
“En el territorio dependiente
del gobierno de la República, caían frailes, curas, patronos, militares
sospechosos de fascismo, políticos de significación derechista. Que todo esto
ocurriera, en su territorio, contra la voluntad del gobierno de la República y
a favor del colapso en que habían caído todos los resortes del mando, es
importante para los gobiernos mismos y para su representación política. Pero si
las atrocidades cometidas en uno y otro bando se consideran, no desde el punto
de vista de la autoridad del Estado y de la justicia legal, ni del de la
responsabilidad de quienes hayan gobernado en cada zona, sino como un fenómeno
patológico en la sociedad española, el valor demostrativo de unos y otros viene
a ser lo mismo; su carácter, mucho más entristecedor. La guerra es todavía una
fase de la política. Juzgamos la licitud o la ilicitud de una guerra según los
designios políticos que persigue. Las atrocidades del resentimiento homicida no
pueden juzgarse con ese criterio. No es menester apelar a él para reprobarlas,
ni es permitido invocarlo para absolverlas. Tal primitivismo de sentimientos,
un desastre tan irracional de los instintos, suprimen la política, la expulsan.
Ya sabemos que existe el recurso de organizar la ferocidad y utilizarla como
arma defensiva del estado. Sistema del terrorismo, con el que la violencia
inmoral parece reincorporarse a una razón política. Mas, si las atrocidades
resultantes del desorden inficionan mortalmente la causa que pretenden servir,
el terrorismo organizado no asegura nada, ni siquiera su propia duración”.
Nota. En la esquela que adjuntamos figuran
tres tíos abuelos del que estas líneas escribe.
Continuará.
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