Como decíamos en la anterior entrega, en ésta y otras, veremos someramente las maquinaciones y las tácticas de Lenin y sus sucesores sobre el asunto religioso.
Este cruel y sádico personaje se enfrentó
a un marxismo un tanto humanista y reformista que intentaba abrirse paso a
principios del pasado siglo X X. A pesar de su odio a la religión, y sólo por
motivos tácticos, admitió colaborar con el cristianismo, aunque seguía
fomentando el odio entre las personas y entre los pueblos.
Como ya saben, de forma pedante y
presuntuosa, Marx predijo que el marxismo se establecería primero en países
como Alemania o Inglaterra, por ejemplo. En Rusia ni hablar. Esto ponía a Lenin
catatónico y ciclotímico. Entonces fue cuando se inventó aquello de “socialismo en un solo país”, obviamente
la URSS, creando una red de partidos comunistas
con el objeto de implantar el comunismo en el mundo. Esta red se llamó
la Comintern (Internacional comunista).
Ya en tiempos del criminal y asesino
Stalin, el imperio soviético, mediante la fuerza, la opresión y el engaño, se
expandió por Europa y Asia, y en tiempos posteriores a la India, Sureste
asiático, África y sobre todo Iberoamérica, siendo esta última la predilecta,
ya que desde allí se podría atacar al gran enemigo: Estados Unidos.
Para cumplir con este objetivo, además del
de la subversión, el marxismo-leninismo se infiltró en todo lo habido y por
haber, principalmente en la Iglesia Católica, muy arraigada en Sudamérica. Pare
ello se valió de la temida GPU, luego NKVD y finalmente la KGB. Se planificó
toda una estrategia para infiltrarse en la vida sudamericana, especialmente en
los organismos e instituciones de la Iglesia Católica. Esta infiltración, a
pesar de haber desaparecido la URSS, ha sido tan brutal, que aún hoy día
perduran sus efectos negativos en aquella parte del mundo.
Aparte de intentar, como siempre, la
destrucción del cristianismo, cosa que ni consiguieron en la destartalada URSS,
el objetivo del comunismo es llegar a dominar el mundo y suprimir todo tipo de
libertades, ya sean individuales, sociales y económicas.
Por otra parte, y también por pura
táctica, el cínico y criminal Kruschev acuño aquello de la “coexistencia pacífica”
Entonces, ¿para qué “la lucha de
clases”? Esto contravenía la esencia del marxismo-leninismo. El propio
Lenin decía que la revolución social tenía que producirse en una alianza de
guerra civil del proletariado contra la burguesía, en los países avanzados,
junto con unos movimientos revolucionarios y “democráticos” en los países
atrasados, vislumbrándose aquí la colaboración y cooperación entre cristianos y
comunistas, estando éstos convencidos de que los cristianos, previo lavado de
cerebro, se podía convertir en auténticos guerreros contra el imperialismo
americano.
En la próxima entrega seguiremos viendo
esta “colaboración” entre comunistas y socialistas, principalmente en América
Central y del Sur, y la aparición de la “Teología de la liberación”.
Continuará.
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