Como decíamos en la última entrega, es ésta veremos las consecuencias que trajo el nuevo método descubierto por Bertillon que, como ya hemos dicho también en la primera entrega, fue la primera persona que identificó a un asesino por las huellas dactilares.
Una vez presentado su descubrimiento, el
jefe de la Prefectura parisina dio a Bertillon un plazo de tres meses para
comprobar si tal descubrimiento serviría para algo. Aunque a Bertillon tal
plazo le pareció muy corto, no le quedó otra opción más que aceptar. Conviene
recordar aquí lo que decíamos en la primera entrega: Bertillon clasificó los 222 huesos de nuestro cuerpo, descubriendo
que no hay ningún ser humano que tenga las mismas medidas en sus huesos,
demostrando que había 11 partes del cuerpo que no sufrían alteración.
Una vez aceptado el reto de
los tres meses, comenzó sentando al delincuente en una silla giratoria y a
tomarle fotografías, poniendo mucha atención en los perfiles ya que, según
decía, se veían con más precisión la nariz, la barbilla y la frente. A
continuación tomaba las medidas del delincuente, con atención especial las de
la cabeza, la oreja derecha y el dedo corazón de la mano izquierda y el pie de
ese mismo lado. Todos estos datos, incluídas las fotografías, eran anotados en una tarjeta y archivados.
Habían transcurridos casi dos
meses y aún no se había identificado a ningún reincidente. Pero quiso la suerte
que un día, y dentro del plazo, fue arrestado un hombre, de complexión fuerte,
que decía llamarse Dupont, porque lo habían pescado robando. Ni qué decir tiene
que el ladrón dijo que esta era la
primera vez que se le arrestaba.
Bertillon comenzó
inmediatamente a establecer comparaciones y datos, hasta que encontró una
tarjeta de un delincuente apellidado Martín, el cual había sido arrestado
también por robo unos meses antes. Las
medidas del dicho Martín coincidían exactamente con las de Dupont. Aunque éste
había desfigurado su nariz, la estructura ósea de ésta era la misma.
Descubierto el engaño, Dupont confesó que él era Martín.
El éxito fue enorme. A partir
de este momento fueron identificados gran cantidad de reincidentes, lo que
llevó a que Bertillon fuese nombrado jefe del nuevo departamento de
identificación.
Tal sistema de identificación
pronto traspasó las fronteras: Chicago, Washington, Nueva York, etc, etc,
adoptaron dicho sistema, intercambiándose todo tipo de información.
Bertillon siguió investigando,
dedicándose a lo que se llamaba “crímenes perfectos”, muy difíciles de
resolver. Y así sucedió cuando fue asesinado el barón Zeidler, un hombre muy
rico que fue encontrado muerto en sus establos.
En la próxima entrega veremos
cómo Bertillon descubrió el asunto, descubriendo también que la estatura de un
delincuente podía saberse por la longitud de sus pasos.
Continuará.
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