La izquierda radical, que
ahora se agrupa bajo las siglas de Podemos y su complexo, tiene dos clases de
clientes. A saber: la oportunista y la pedante. Ambas tienen un denominador
común, procedente del marxismo: son “inasequibles al desaliento”.
La primera clientela, la
oportunista, propia de cualquier situación política, es la de “yo, socialista de toda la vida”, o
“yo comunista de toda la vida”, es como las ratas que ya se sabe que abandonan
el barco al mínimo síntoma de alarma.
La otra, la pedante que, como
ya hemos dicho varias veces es también dogmática e intransigente, es la que
exhibe los tópicos típicos porque es incapaz de exponer un asunto debidamente
razonado, y si hacen esto, las falacias y los sofismas aparecerán por todas
partes, aunque muchas veces lo hagan de forma subsumida y subliminal.
Conocemos gente que se
autodefine de izquierdas, pero en su forma de ser, en su “modus vivendi” y en
sus posesiones y pertenencias, son unos auténticos capitalistas de baja estofa
y de un materialismo egoísta rayano en la grosería y el insulto. Es decir,
ahora el ser de izquierdas parece que es cosa de “snob” y de inconsecuencia.
Por otra parte, la clientela
pedante tiene cierta desventaja respecto a la oportunista: es fácilmente
pastoreable y también fácilmente engañable. No hay más que ponerle delante de
las narices cualquier cosa dulce que tenga sabor a “progre”, y ¡zas!, se lo
comen como si de un pirulí de La Habana se tratase.
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