martes, 8 de enero de 2019

"Rusia, mi padre y yo"




El título completo de esta obra es “Rusia, mi padre y yo. Veinte cartas a un amigo”. Su autora es Svetlana Stalin, y el libro, al menos el  que nosotros tenemos, es de Editorial Planeta, setiembre de 1.967, 326 páginas, incluido Índice.

Svetlana, hija de uno de los mayores criminales que ha dado la Humanidad, Stalin,  murió el pasado 22 de noviembre de 2.011, en Wisconsin, EE.UU., sin que la prensa haya dado mucho aire al óbito porque, como ya se sabe, se fugó del paraíso socialista en 1.967 y, claro, esto era un auténtico mazazo para para el marxismo-leninismo y para la gigantesca propaganda soviética.

Svetlana escribió este libro en el verano de 1.963 en poco más de un mes. Nos cuenta recuerdos de su infancia, pero preferentemente lo que narra es la vida de su padre y la relación que tenía con éste. También cuenta algo sobre personajes como Beria, de “rostro repulsivo”, diciendo también que “sus pasiones eran la ambición, la crueldad, la astucia y l sed de poder, una insaciable sed de poder . . .”. Página 21. En la siguiente, dice del mismo personaje:

“Era un magnífico tipo moderno de cortesano astuto, encarnación de la perfidia oriental, de la lisonja y de la hipocresía; llegó a confundir hasta a mi padre, a quien en general resultaba difícil engañar”. También dice sobre Beria en la página 26: “monstruo único en su género”.

Sin embargo, y a pesar de que la esposa de Stalin exigía a éste que Beria no entrase en casa (“mama se ponía furiosa exigiendo que este hombre no pusiera los pies en nuestra casa”, página 38), Stalin aún le defendía diciendo que era “un buen  chekista”.

También nos cuenta Svetlana cómo su padre, a medida que iba adquiriendo poder y más poder, se desentendió de los hijos de  su esposa, haciendo un retrato de su padre como un ser inhumano que dedica mucho tiempo a la represión brutal de todos aquellos que él consideraba como enemigos.

En este aspecto destaca su enorme crueldad cuando el hermanastro de Svetlana, Yakov, cayó prisionero de los alemanes llevándolo a un campo de concentración. Como por aquel entonces el General Friedrich von Paulus, amigo muy cercano de Hitler, estaba prisionero de los rusos, los alemanes intentaron el canje, a lo que respondió Stalin que él no tenía ningún hijo que se llamase Yakov, y que la URSS no cambiaba mariscales por soldados.

Otro aspecto que hirió mucho a Svetlana fue cuando su padre impidió el noviazgo con el escritor Alexei Kapler, desterrándolo al Gulag.

En la página 24, nos cuenta la autora que estando de pie en la Sala de las Columnas ante el cadáver de su padre, “había llegado cierta liberación. Aún no sabía ni veía con la luz de la conciencia cuál era, en qué iba a manifestarse, pero comprendía que se trataba de una liberación para todos, y también para mí, de la liberación de un yugo que había oprimido almas, corazones y mentes hasta formar con todo ello un solo bloque”.

En la página 61se lee:

“De la manera más asombrosa e inesperada se transforman las biografías, cambian de rumbo los destinos de los hombres, hacia arriba, hacia abajo; de pronto, después de un vuelo increíble, sobreviene la catástrofe, la caída . . . La revolución y la política son implacables para los destinos y las vidas humanas”.

Y terminamos con lo que dice Svetlana en la última carta Que el futuro nos juzgue, página 325:

“Difícil será que llamen a nuestro tiempo progresivo y difícilmente dirán que fue en bien de la gran Rusia. Difícilmente.
Y serán ellos los que, al fin, dirán su palabra nueva, una palabra realmente nueva, activa, orientada hacia un determinado fin, sin gruñidos ni gemidos. . . .
Y lo harán después de haber vuelto una página de la historia de su país con un torturante sentimiento de dolor, de contrición, de perplejidad, y ese sentimiento de dolor los obligará a vivir de otro modo”.



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