El título completo de esta obra es “Rusia, mi padre y yo. Veinte
cartas a un amigo”. Su autora es Svetlana Stalin, y el libro, al menos el que nosotros tenemos, es de Editorial Planeta,
setiembre de 1.967, 326 páginas, incluido Índice.
Svetlana, hija de uno de los mayores criminales que ha dado la
Humanidad, Stalin, murió el pasado 22 de noviembre de 2.011, en
Wisconsin, EE.UU., sin que la prensa haya dado mucho aire al óbito porque, como
ya se sabe, se fugó del paraíso socialista en 1.967 y, claro, esto era un
auténtico mazazo para para el marxismo-leninismo y para la gigantesca
propaganda soviética.
Svetlana escribió este libro en el verano de 1.963 en poco más de
un mes. Nos cuenta recuerdos de su infancia, pero preferentemente lo que narra
es la vida de su padre y la relación que tenía con éste. También cuenta algo
sobre personajes como Beria, de “rostro repulsivo”, diciendo también que “sus
pasiones eran la ambición, la crueldad, la astucia y l sed de poder, una
insaciable sed de poder . . .”. Página 21. En la siguiente, dice del mismo
personaje:
“Era un magnífico tipo moderno de cortesano astuto, encarnación de
la perfidia oriental, de la lisonja y de la hipocresía; llegó a confundir hasta
a mi padre, a quien en general resultaba difícil engañar”. También dice sobre
Beria en la página 26: “monstruo único en su género”.
Sin embargo, y a pesar de que la esposa de Stalin exigía a éste
que Beria no entrase en casa (“mama se ponía furiosa exigiendo que este
hombre no pusiera los pies en nuestra casa”, página 38), Stalin aún le
defendía diciendo que era “un
buen chekista”.
También nos cuenta Svetlana cómo su padre, a medida que iba
adquiriendo poder y más poder, se desentendió de los hijos de su esposa,
haciendo un retrato de su padre como un ser inhumano que dedica mucho tiempo a
la represión brutal de todos aquellos que él consideraba como enemigos.
En este aspecto destaca su enorme crueldad cuando el hermanastro
de Svetlana, Yakov, cayó prisionero de los alemanes llevándolo a un campo de
concentración. Como por aquel entonces el General Friedrich von Paulus, amigo
muy cercano de Hitler, estaba prisionero de los rusos, los alemanes intentaron
el canje, a lo que respondió Stalin que él no tenía ningún hijo que se llamase
Yakov, y que la URSS no cambiaba mariscales por soldados.
Otro aspecto que hirió mucho a Svetlana fue cuando su padre
impidió el noviazgo con el escritor Alexei Kapler, desterrándolo al Gulag.
En la página 24, nos cuenta la autora que estando de pie en la
Sala de las Columnas ante el cadáver de su padre, “había llegado cierta
liberación. Aún no sabía ni veía con la luz de la conciencia cuál era, en qué
iba a manifestarse, pero comprendía que se trataba de una liberación para
todos, y también para mí, de la liberación de un yugo que había oprimido almas,
corazones y mentes hasta formar con todo ello un solo bloque”.
En la página 61se lee:
“De la manera más asombrosa e inesperada se transforman las
biografías, cambian de rumbo los destinos de los hombres, hacia arriba, hacia
abajo; de pronto, después de un vuelo increíble, sobreviene la catástrofe, la
caída . . . La revolución y la política son implacables para los destinos y las
vidas humanas”.
Y terminamos con lo que dice Svetlana en la última carta Que el futuro nos juzgue,
página 325:
“Difícil será que llamen a nuestro tiempo progresivo y
difícilmente dirán que fue en bien de la gran Rusia. Difícilmente.
Y serán ellos los que, al fin, dirán su palabra nueva, una palabra
realmente nueva, activa, orientada hacia un determinado fin, sin gruñidos ni
gemidos. . . .
Y lo harán después de haber vuelto una página de la historia de su
país con un torturante sentimiento de dolor, de contrición, de perplejidad, y
ese sentimiento de dolor los obligará a vivir de otro modo”.
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