Conocemos a un
tipo que en sus años jóvenes comulgaba todos los primeros viernes de mes, amén
de ir a Misa con un gordo misal que llamaba la atención.
Después de unos años nos encontramos y comenzamos a recordar nuestros tiempos de juventud, saliendo el tema de la religión. Quedamos asombrados cuando nos dijo, al hablar de Jesucristo, que ponía en duda si había existido, por mucho que dijesen los Evangelios. Hablaba mucho de historia, pero no reconocía que dichos Evangelios son, al fin y a la postre, documentos históricos.
Le comentamos
que, ya que hablaba constantemente de historia, si sabía lo que había dicho
Flavio Josefo casi cien años después de la muerte de Jesucristo, respondiendo
que no. Le dijimos que Flavio había escrito que “En este tiempo existió también un tal Jesús, varón, sabio… Fue
ejecutor de maravillas, maestro de hombres… Este era Cristo”. Torció el
morro. La cosa no le convencía.
Le comentamos
también que unos años más tarde Plinio hablaba también de Jesucristo. Tampoco
el asunto le convencía.
Asimismo,
también le comentamos que el que fuera gobernador, senador y cónsul del Imperio
Romano, Cornelio Tácito, escribía también casi cien años después de la muerte
de Cristo:
“El autor de este nombre, Cristo, fue sometido
a suplicio por el procurador Poncio Pilato, reinando Tiberio”.
Como puede verse, no mencionamos para nada
los Evangelios. Pero fue igual: siguió en sus trece, ya que su cerrilismo y
fanatismo le impedía ver más allá de sus narices. La “evolución” y el cambio de
chaqueta siempre estuvo presente.
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