Algo sobre política y políticos.
Lo más lógico, evidente, positivo, sensato, razonable, correcto, etc, etc, es mirar para el futuro y no para el pasado. Pero, claro, oiga, los de las “memorias” “históricas” y “democráticas” de esto caca de la vaca flaca.
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Para que haya cumplidores, amables, afables,
cortesanos, aduladores, serviles, zalameros, pelotilleros, chicharrones,
lameculos, etc, no es necesario que haya soberanos: salen siempre a la palestra
en torno a quien ostente el poder, importándoles un bledo, dos cominos y tres
dídimos en manos de quien esté dicho poder.
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Una verdadera República tiene que tener un ambiente
social, nacional, benéfico, etc. Nada de esto había en aquella desastrosa
Segunda República española. Si hubiese tenido algo de esto, entonces sí que ser
sería “un vínculo luminoso”
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La gran masa de gregarios de lo políticamente
correcto, siguen dócilmente el garrote y el báculo del rabadán
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La popularidad es la lisonja alegre y placentera para
el político. Para conseguirla afronta y aguanta todo tipo de desgracias,
conflictos, dificultades, peligros, etc.
Lo principal es halagar al “pueblo soberano”, lo que conlleva caer en la
populachería.
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Hay quimeras y fantasías estadísticas que dan la risa.
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La demagogia, el populismo, la logomaquia, etc,
arrastran y arrasan a los pueblos con una facilidad asombrosa, a pesar de no
comprender las ideas que se les indica.
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Se habla y se habla de la “opinión de la calle” y de
la “opinión pública”, que no dejan de ser ruido de muchas voces.
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Antes era muy difícil gobernar un pueblo de incrédulos
o de fanáticos, pero en estos momentos de “regeneración democrática” es
facilísimo, oiga.
Continuará.
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