El título completo del libro es “Los olvidados. Una tragedia americana en la
Rusia de Stalin”, autor Tim
Tzouliadis, edición en castellano de Randon House Mondadori, S.A., Editorial
Debate 2.010, 521 páginas.
Y terminamos. El presente libro, además de
contarnos las penurias y el terror que sufrieron muchos norteamericanos, nos
narra algunos aspectos de cómo funcionaba aquella pobre sociedad soviética
engañada desde el poder por los fanáticos jefes del partido.
Como prueba de este fanatismo, una frase
de Lenin que aparece en el Capítulo 14 intitulado “La fiebre del oro soviética”, página 180:
“Cuando
logremos la victoria a escala mundial, instalaremos retretes públicos de oro en
las calles de las ciudades más grandes del mundo”.
Como no podía ser de otra manera, también
el terror del sistema sale aquí a relucir. Así, en el Capítulo 17 intitulado “Marcas estadounidenses de un genocidio
soviético”, página 226, se lee el siguiente párrafo:
“Para
que las cárceles desaparecieran para siempre, construimos nuevas cárceles . .
.Para que el trabajo se convirtiera en un descanso y un placer, introdujimos
los trabajos forzados, Para que no se volviera a derramar una gota de sangre, matamos, matamos y matamos”.
Estas son unas palabras del disidente
soviético Andrei Siniavsky que, junto a Yuli Daniel, fueron dos escritores
condenados a trabajos forzados en 1966.
Asimismo, también nos cuenta el autor cómo
se condenaba a presos por el simple hecho de llevar cosido un texto del Salmo 91, costumbre esta que
databa de la Gran Guerra. En la página 154, dentro del Capítulo 12 intitulado “Sumisión a Moscú”, se lee:“Veinte años después, los presos de Stalin
repetían las viejas tradiciones de la Madre Rusia”.
Otro relato del terror staliniano fue la
condena de Nikolai Bujarin, definido por Lenin como “el hombre más capaz del Partido” (Idem página). Una vez en la
cárcel, Bujarin escribió a Stalin suplicándole clemencia:
“El
antiguo Bujarin ya ha muerto, ya no vive en este mundo. Si se me concediera la
vida física, sería para vivir en beneficio de la patria socialista,
cualesquiera que fueran las condiciones en las que tuviera que trabajar: en una
celda solitaria, en un campo de concentración, en el Polo Norte . . . que
crezca un nuevo, un segundo Bujarin . . . Se cruzarán grandes fronteras
históricas bajo la dirección de Stalin, y no lamentarás el acto de caridad y
misericordia que te pido: me esforzaré por demostrarte, con todas las fibras de
mi ser, que ese gesto de generosidad proletaria estaba justificado”.
En el párrafo siguiente, nos dice el
autor:
“El
antiguo ideólogo del Partido debería haber sabido que era inútil pedir
‘generosidad proletaria’ a Stalin, un hombre tan entregado a la ‘crueldad
proletaria’ ”.
Libro estremecedor que está
basado en los testimonios de supervivientes que, milagrosamente, salieron de
aquella horrorosa tragedia. Ni qué decir tiene que todo esto fue negado hasta
que se derrumbó el comunismo. La gente perdió el miedo y empezó a contar lo que
había sucedido.
En fin, y como siempre, libro recomendado
para los de la memoria “histórica” y “democrática”, y para los de la
internacional de la mentira, del odio y del terror.
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