Así
se intitula el libro de Dominique Lapierre, Editorial Planeta, S.A., 2005, 181
páginas, incluido Índice.
Como
decíamos en la anterior entrega, en ésta vamos a ver el fanatismo político,
producto del adiestramiento del régimen, de Vachislav, hijo del obrero
Gregorievich, así como la despedida de Lapierre de esta familia, todo ello
dentro del capítulo 10 intitulado “Los
ciento ochenta mil coches del obrero Iván Gregorievich”. En la página 152
se lee:
“Los Sitnov esperan para
cenar el regreso de su hijo de la facultad. A pesar de su camisa usada y de su
abrigo raído, Vachislav es un muchacho alegre y vital. Tres años más de
estudios y será médico, lo que llena de orgullo a sus padres. Para estos
humildes obreros, eso representa una promoción social inmensa, en el haber del
régimen, para el que el éxito más clamoroso es conseguir formar en el mismo
molde ideológico a jóvenes especialistas y técnicos capacitados y políticamente
convencidos. Vachislav, un soviético de la segunda generación, bautizado pero
ateo porque las escuelas del régimen le han enseñado que la ciencia ha
reemplazado a Dios, tiene por delante una carrera de funcionario médico, con la
condición de que la pasión que ponga en el ejercicio de la medicina no le haga
olvidar jamás – como nos indica apasionadamente – que es, ante todo, ‘un ser
político’ y que su primer deber será ejercer este papel en la sociedad
soviética”.
En
las páginas 153 y 154, nos narra Lapierre la despedida de esta familia:
“Dejamos con tristeza a
Iván, a Lubiana y a su hijo. En el calor de su despedida, notamos que el
sentimiento es recíproco. Tal como hicieron el ferroviario de Minks y el
cirujano de Tifilis, para celebrar nuestros últimos momentos juntos han
cubierto la mesa de su pequeña vivienda con una profusión de bebidas, pasteles
y golosinas. Lloramos de emoción. Intercambiamos las direcciones y les dejamos
los periódicos, las revistas y los libros que tenemos todavía en nuestro poder.
Seguramente no podrán leerlos, pero esos escritos procedentes del extranjero
pueden representar algo mágico en su universo herméticamente cerrado de
ciudadanos soviéticos. A pesar del asilamiento y de las duras condiciones de
vida, no sería, sin embargo, honesto afirmar que estos proletarios de la era
Jruschov nos han parecido desgraciados. Sin duda, la caída del ídolo stalinista
ha producido un vacío en su existencia, incrementado por el hecho de que a
aquellos que han reemplazado a este ídolo ya no les sirve ese lado místico de
Dios que el alma rusa ha necesitado siempre. Profundamente idealistas,
sinceramente persuadidos de que con su trabajo contribuyen a la edificación de
un mundo mejor, orgullosos de servir a una patria muy amada, los Sitnov, como
casi todos los rusos que hemos conocido durante este gran viaje, no nos darán
la impresión de sufrir la privación de las libertades que a nosotros nos son
tan queridas”.
En
la próxima y última entrega, veremos unas fotografías que aparecen en el libro que
denotan la falsedad y mentiras del sistema, así como los desafíos que en
materia religiosa hacía el pueblo al régimen.
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario