Como decíamos en la anterior entrega, estos del poder
político, sean del partido y del régimen que sean, viven opulentamente de
nuestros impuestos.
Lo peor del asunto es que, salvo alguna que otra
excepción, son gente mediocre puesta a dedo por la jefatura. Y decimos
mediocre, por no emplear otro calificativo inferior, porque les importa un
bledo, dos cominos y tres dídimos la verdadera democracia y la verdadera
libertad, de las que hablan constantemente. De la “verdadera” libertad
disfrutan ellos con sus viajes, vestimentas, lujosas mansiones y sus pléyades
de “asesores”.
Por otra parte, y para justificar su status, se
inventan problemas, lo que hace que la sociedad se resquebraje y se enfrente.
Pero el manual, es el manual, oiga.
Y no hablemos ya del invento de las “autonomías”,
auténticos reinos taifas, chiringuitos que sólo valen para despilfarrar dinero.
Además, y por otra parte también, si por cualquier
circunstancia pierden unas elecciones, hacen todo lo posible
por seguir aferrados al pesebre con sus momios y privilegios, es decir, grandes
emolumentos, coches oficiales, dietas, secretarias, viajes, etc. No saben lo
que es sacrificarse por un negocio, vivir con una indecente pensión, o hacer
colas interminables en las oficinas del paro.
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