Una de las peores características de los truchimanes de lo políticamente correcto, es el culto que se rinde a la ignorancia, por mucho que digan lo contrario. Sobre este tema ya hemos escrito varios artículos en nuestro blog, así como otros varios referentes a los disparates que los educandos soltaban, y sueltan, en los exámenes.
Todo este culto se deriva por pretender
juzgar, desde los prejuicios políticamente correctos, trasnochados, decadentes,
atávicos y decimonónicos, todo el acontecer social, político y económico de
esta España nuestra, bueno . . . de lo que queda de ella.
El apego a la mediocridad, suprimiendo todo lo
que huela a excelencia, ha llevado a estos truchimanes a fomentar una conducta
social, cuyos resultados están a la vista: ahí tenemos el “prestigio” social
que tienen ciertos sujetos, “sujetas” y “sujetes” que, apareciendo
constantemente en los “mass media”, no hacen más que soltar burrada tras
burrada con el único objeto de suprimir lo importante y rendir culto a lo
banal.
Para ello, dan rienda suelta a sus instintos,
a la vez que presumen y se jactan de que están haciendo alguna una crítica
sobre algo. Su nauseabunda condición así se lo hace creer. Lo peor del caso es
que el “pueblo soberano” hace de estos “famosos” poco menos que superhéroes
intocables que están por encima del bien y del mal, lo que hace que se
conviertan en referentes de la hipocresía, de la chabacanería, de la grosería,
etc, etc., a la vez que se “doctoran” en lo banal, disfrazándose de sabios y
colgándose medallas a sí mismos por trabajos, honores y derechos adquiridos.
Así son estos cultivadores de la ignorancia.
El culto a la ignorancia siempre ha existido,
pero nunca se había fomentado tanto como en estos tiempos por mor de esa
igualdad que, como diría Isacc Asimov, hace que “mi ignorancia es igual de
válida que tu conocimiento”.
Ya lo decía Baltasar Gracián: “La
enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia”.
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