Así se intitula el libro de Evgenia Ginzburg, Ediciones Galaxia Gutenberg
S.A., Círculo de Lectores, 857 páginas.
La valentía de esta mujer, que supo renegar del comunismo en aquellos años
terribles de Stalin, a la vez que denunciar el sistema, es extraordinaria.
Entre otras cosas en este libro denuncia Evgenia el dogma marxista, según el
cual lo real y absoluto eran sus principios, mientras que el acontecer normal
de la vida de las personas, era un asunto relativo, dando cierta importancia si
tal acontecer tenía algo que ver o no con la causa comunista.
Quizá una de las denuncias que más ha herido al sistema, fue la de
descubrir los caprichos de los interrogadores en los procesos, en los que ya de
antemano estaban condenadas las personas. O las mentiras que se decían sobre la
producción de acero, o la recolección de trigo, durante los planes quinquenales. Tales denuncias la convirtieron en traidora y
cómplice de conspiraciones terroristas.
Las monsergas de siempre.
Cuando se enteró de la muerte de su padre, recordó con muchísima tristeza y
culpabilidad, pero arrepentida, las veces que se había enfrentado a él,
llegando a avergonzarse por el origen no proletario de su progenitor pues, como
ya es sabido, el comunismo sostenía que la familia “era un residuo sentimental de la burguesía”.
Con estas cosas, y con otras, Evgenia Ginzburg, nos ha transmitido, de
forma directa, toda la crueldad, todo el horror y todo el terror del sistema.
Dentro de la “Primera parte”, en
el apartado intitulado “Nuevos encuentros”,
páginas 116 a 126, nos narra la autora lo que le sucedió a Aksonova, que
había caído prisionera del sistema, y que era “la esposa del presidente del Consejo comunal ¿Qué le faltaba? El
Estado le proporcionaba un coche y una dacha, y se podía comprar todos los
vestidos que quería. Y no digamos todo lo demás . . .”
En la página 583, dentro del apartado “La
cola del pájaro de fuego”, nos narra la autora lo acontecido con los presos
que se “liberaron” en el año 1947, después de diez años de terrorífica prisión.
Dichos presos habían sido condenados por “el
Consejo Militar, el Tribunal Revolucionario, el Comité Especial y todos los
numerosos tribunales que funcionaban en aquella época”.
En otro párrafo se lee: “Las
consideraciones superiores que presidían las decisiones de las autoridades
seguían siendo incomprensibles hasta para los presos marxistas, más formados
teóricamente y que estaban en posesión del secreto de los mecanismos del
pensamiento dialéctico”.
También nos cuenta Evgenia las reacciones de los presos que quedaban
encarcelados cuando veían que otros eran puestos en libertad. Y dice:
“Puedo testimoniar, a
conciencia y muy seriamente, que nadie envidiaba a los que salían en libertad.
No pretendo idealizar nada. Sería ridículo afirmar que los presos eran más
humanos que los ciudadanos libres. ¡Cuántas veces he visto rostros deformados por el odio a causa
de diez gramos de pan suplementarios o de unas condiciones de trabajo menos
agotadoras, que no eran perdonadas a sus compañeros de desventuras! ¡Cuántas
veces he visto surgir la más negra envidia por unas botas nuevas o por el
disfrute del camastro inferior de la litera!”.
Como siempre decimos, recomendamos la lectura de este libro.
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