Tal día
como hoy 1 de noviembre, pero de 1993, fallecía en Madrid a los 88 años D.
Severo Ochoa Albornoz. Había nacido en Luarca (Asturias) en 1905, siendo
enterrado en el cementerio parroquial de esta localidad.
Residió en varios
países: España, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, teniendo la nacionalidad
española hasta 1956, ya que en ese año se nacionalizo norteamericano, lo mismo
que su esposa doña Carmen García Cobián. Estudió, entre otros sitios, en “New
York University School of Medicine”. Como ya saben, además de ser médico, fue
profesor universitario, bioquímico, escritor e investigador. En el año 1959 se
le concedió el Premio Nóbel de Medicina, con la nacionalidad norteamericana. Se
jubiló en el año 1975 en la Universidad de Nueva York.
Por aquel
año de 1993, hubo reseñas sobre la vida de D. Severo en varios periódicos. En
algunos de ellos se leía que tenía la nacionalidad española y norteamericana,
cosa falsa como ya hemos dicho.
Dejó frases
tales como “Somos pura química”, o “El amor es la función de física y química”,
“El amor y el odio son pura química”.
Nosotros
pensamos que su gran amor por su esposa, doña Carmen García Cobián, así como su
dedicación a la ciencia, a la enseñanza, su trato amable y respetuoso con todo
el mundo, y todas las cosas buenas que tenía D. Severo, ¿son pura química? La
verdad es que sería una química un tanto extraña, ya que de un simio haya
podido salir un ser tan inteligente como D. Severo Ochoa. . . . .
También se
leía en la prensa de aquellos días que D. Severo era agnóstico, aseveración que
no concuerda con la opinión de D. César Nombela, que fue presidente del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, y discípulo de D. Severo en Nueva York
entre 1972 y 1975. Dice D. César que no era ni agnóstico ni ateo, ni mucho
menos contrario a la religión (su esposa era profundamente católica). Lo que
sucedía era que cuando se llegaba a determinados postulados, D. Severo no tenía
respuestas. En cierta ocasión escribió:
«Para la mayoría de los científicos, la vida es
explicable casi, si no en su totalidad, en términos de la física y la química.
Eso no quiere, sin embargo, decir que sepamos lo que es la vida». También manifestó: ¡Ojalá yo tuviera fe!”
Y ahora un par
de datos importantes: tenía una gran amistad con D. Pedro Arrupe y Gondra, más conocido como el
padre Arrupe, y con Javier Zubiri, profesor y filósofo católico. Al primero lo
visitó varias veces D. Severo en Roma y hasta en Japón. En cierta ocasión le
pidió al padre Arrupe que lo bendijera.
A D. Javier
Zubiri lo conoció en París en 1936, con el que mantuvo muchas conversaciones
sobre «los grandes enigmas. Estábamos de acuerdo en
que el enigma fundamental era el origen de la materia», origen que para D. Javier era Dios. También
decía D. Severo que el “contacto con él
elevaba a uno humana y espiritualmente».
El otro dato es que cuando falleció en la
Clínica de la Concepción en Madrid en la tarde del 1 de noviembre de 1993, dos
horas antes del óbito pidió a las personas que lo acompañaban en la habitación
que lo dejaran solo. Lo que pasó por la mente de D. Severo en esas dos horas,
sólo Dios lo sabe.
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