viernes, 17 de noviembre de 2023

“El pacto de los asesinos” ( I I I )


 

Y seguimos con las impresiones del camarada francés, Alfred Berger, al ver y contemplar en Moscú lo más granado de la élite comunista. Así, en las páginas 198 a 200, se lee:

“Alfred Berger no aparta la vista de Stalin.

Imita incluso el paso lento, casi vacilante, de quien empiezan a llamar ‘el mejor discípula de Lenin’. Se une a sus partidarios. Aquel hombre de gesto torpe y voz bronca procede del pueblo. Viene ‘de abajo’. No es como esos Trotsky, Bujarin, Kamenev, Zinoviev, un hijo de poderoso, un incorporado a la revolución. Lo debe todo al partido. Sin él, no pasaría de ser  un huérfano.

‘No soy un hombre libre – dice - ; sea cual sea la orden que dé el Partido, debo someterme’.

Entonces Alfred Berger aclama a Stalin, une su voz a quienes injurian a Trostky, ¡’ese menchevique, ese traidor, ese granuja, ese liberal, ese mentiroso, ese canalla, ese miserable charlatán, ese renegado!’.

¡Que lo hagan callar! ¡Todo el poder para el partido! ¡Todo el poder para Stalin!

Y aprueba a éste cuando cuenta:

‘Sí, camarada, soy brutal con quienes faltan a su palabra, con quienes descomponen y destruyen el Partido’

Nada de complacencia, nada de compasión ni de piedad, no hay excusas para los traidores, para esos privilegiados, periodistas, escritores, burgueses y hasta aristócratas que se han unido al Partido y se han convertido en dirigentes.

Alfred Berger los conoció en Moscú, en el bar del hotel Lux. Se ha sentado a su mesa. Ha brindado con ellos por la salud de Stalin, pero se ha percatado de sus reticencias, de su ironía.  Los ha visto intercambiar miradas de conmiseración.

No habla ruso, ni alemán, ni inglés, ni italiano, como esa condesa veneciana que se las da de camarada. Pero cuando puso su mano sobre la rodilla de Julia Garelli, tal como había hecho tantas veces con otras jóvenes, ella se apartó de él como si fuera un sarnoso.

Los volvió a ver en Paris, a esos Willy Munzer, Heinz Knepper y naturalmente a esa Julia Garelli que comparte dormitorio con ese judío, ese Samuel Stern, diamantista, cuya saca de cuero negro siempre está repelta de fajos de billetes que entrega a Alfred Berger como si se tratara de su propio dinero, siendo del Partido.

Y con ese dinero es con el que Stern paga sus facturas del hotel Lutetia o de los prostíbulos que frecuenta.

¿Eso es ser un comunista?

Una Internacional de la juerga que se ocultó en  las salas de baile cuando los obreros se manifestaron para protestar por la ejecución en Estados Unidos de Sacco y Vanzetti, dos anarquistas. ¡Los manifestantes prendieron fuego al Moulin Rouge, repelieron las cargas policiales, soltaron canicas bajo los cascos de los caballos de la guardia móvil, y los juerguistas – puede que entre ellos estuviese Samuel Stern – no se atrevieron a asomar las narices.

¿Es eso ser un camarada?”

Continuará.




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