Para que un sistema político sea verdadero y eficaz,
tiene que estar en manos de políticos, y no de politicastros con una
estratificación clasista por razones ideológicas. Si además de esto el sistema
está en manos de una “intelectualidad” influyente por razones que muchas veces
se ocultan, la situación a la que se llega la vemos en estos momentos: una
élite, más bien casta política muy costosa, en la que están inmersos
determinados grupos políticos de poca o nula relevancia, en los que se
encuentran personas, “personos” y “persones” de escasa eficiencia y honradez
intelectual que siguen a pies juntillas los presupuestos doctrinales del
sistema.
Si un régimen político quiere ser verdadero, tiene que desviarse y evitar ciertas cosas que, desgraciadamente, no se hacen en esta destartalada España de ahora. Ahí están, por ejemplo, la frivolidad, la superficialidad, la bagatela, la ligereza, etc, que hacen que determinados criterios se consideren como ciertos, cuando en realidad son triviales e intrascendentes. Otro asunto es el de la parcialidad, que lleva a resaltar cualquier cosa vana, no teniendo en cuenta otras cosas más importantes.
¿Y qué decir de las cualificaciones, muchas de ellas
presentadas con gran carga emocional con un lenguaje político del que el
“pueblo soberano” ni se entera? Todo esto y varias cosas más, nos llevarán a un
régimen dogmático y totalitario, por mucho que hablen de democracia.
Como ya saben, en este tipo de regímenes hay un
ideario monolítico que enaltece y glorifica al Estado, no teniendo en cuenta
para nada al individuo. Como saben también, dichos regímenes condenan toda
discrepancia y crítica que pueda haber, intentando por todos los medios el
uniformar al “pueblo soberano” con la “verdad absoluta”. Para este menester, y
para otros, existe un grupo de tonadilleros, bien pagados ellos, que da todo
tipo de dignidades, de honores, de decoros, de distinciones y todo lo que
ustedes quieran, a la costosa casta política que nos desgobierna.
Como es obvio, las libertades prácticamente no
existen, estando sometidas al gran programa y objetivo político, es decir, al
“porvenir radiante de la Humanidad”.
En resumen: el dogmatismo político es cautivador y
absorbente, amén de ser de una intransigencia doctrinal gigantesca, siendo la
participación ciudadana en la política prácticamente nula.
Y terminamos con una frase de
Platón:
“Allí donde el mando es codiciado y
disputado no puede haber un buen gobierno y reinará la discordia”.
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