miércoles, 10 de febrero de 2021

“Yo escogí la esclavitud” ( V I I )


 

Así se intitula el libro escrito por Valentín González “El Campesino”, Editorial Maracay, Venezuela, 366 páginas, incluido “Índice”.

Como decíamos en las anteriores entregas, en ésta y sucesivas vamos a ver lo que nos dice El Campesino en este libro en los Capítulos que ya hemos indicado en la primera entrega, sobre el “paraíso comunista”, que era la base del “porvenir radiante de la Humanidad”.

En el anterior artículo comentábamos que en éste veríamos algo sobre los cambios de los jerarcas soviéticos, tanto de actitud como de leguaje, ante la desastrosa situación en la que se encontraba la URSS al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que figura en el Capítulo V I I intitulado “La U.R.S.S., a dos dedos del colapso”, páginas 77 a 88. Escribe “El Campesino:

“Durante este período cambia totalmente el lenguaje en la U.R.S.S.

Se trata de conmover las fibras nacionalistas y patrioteras del pueblo, se exalta la memoria de los antiguos generales de Pedro el Grande y e la Gran Catalina; se entonan los viejos himnos zaristas y hasta los militares lucen los distintivos del antiguo régimen.

En 1942, para poder movilizar al pueblo, hay que prometerle la liquidación de los kolkhozes ( 1 ) y de los sovkhozes ( 2), así como la supresión del control del Estado sobre las empresas y el restablecimieto del artesanado libre.

Ese pueblo cree que, al final de la guerra, se le va a conceder por fin lo que más ansía: un mínimo de libertad económica, social y política.

Al mismo tiempo se abren y se reparan principalmente las iglesias y se dirige un llamamiento los popes para que cooperen a la defensa de la patria rusa en peligro.

Si para galvanizar a las masas populares han sido necesarios semejantes lenguaje y tales promesas, ¿no se ha reconocido con ello el completo fracaso del régimen?

Yo salí de Moscú en Noviembre de 1941.

En el tren que logré tomar viajaba la gente amontonada. Fueron destrozados los techos y los asientos para mantener encendidas unas estufas instaladas en el interior. Lo llamamos indistintamente ‘el tren loco’ y ‘el tren pirata’. Iba, en efecto, de un lado a otro y avanzaba y retrocedía como un tren loco. Se le hacía parar ante los pueblos de paso y se entraba en ellos a saqueo. Asaltábamos asimismo los patatares. Había varios millones de seres humanos que iban así, de un lado a otro, robando y saqueándolo todo.

Los soldados desertores, haciendo uso de sus armas, arrojaban a la gente indefensa de los tres y obligaban al maquinista a ir hacia donde se decía que había comida.

Con un frío de espanto, sólo en Tachkent llegaron a concentrarse alrededor de u millón y medio de personas: ancianos, niños abandonados, mujeres indefensas . . .

Todos sufrían del hambre. Se declaró el tifus. Las calles aparecían llenas de cadáveres; nadie se cuidaba de enterrarlos.

Se generalizaban la prostitución y el bandidismo. Se formaban corros de treinta o cuarenta personas para proteger sus pobres efectos; cuando llegaba una banda audaz y se lo arrebataba todo, se hacían a su vez bandidos y se dedicaban a robar a los otros.

Se veían no pocas mujeres completamente desnudas, que habían sido despojadas de sus ropas para venderlas por un pedazo de pan o unas patatas”.

( 1 ).- Cooperativas agrícolas

( 2 ).- Explotaciones agrícolas del Estado.

En la próxima entrega veremos algo sobre el pánico que invadió al pueblo soviético con la llegada de las tropas alemanas a Stalingrado.

Continuará.



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