Hay muchas cosas que nos llaman la atención
sobre el socialismo, algunas de ellas ya expuestas en este blog. Pero hay dos
que le hacen único: “la ceguera
voluntaria” (permítasenos parafrasear el título del libro de Christian Jelen,
obra comentada en este blog con fechas 7 y 10 de enero de 2017)), y el
fanatismo de sus votantes con su disciplina a la hora de votar, que les hace
inasequibles al desaliento.
Decimos esto porque el comportamiento de
estos votantes puede llegar al masoquismo, aunque los suyos, desde el gobierno,
instituciones, organizaciones, etc, etc, los estén arruinando enviándoles al
paro, disminuyendo jubilaciones y todo tipo de prestaciones, así como subiendo
impuestos de forma brutal y exagerada, seguirán al pie del cañón.
Todo esto les importa un bledo, dos cominos y
tres dídimos. Lo principal es arrinconar a los enemigos políticos y si se les
puede tirar por la borda, mejor. No hay como seguir el panel de control y el
manual del agit-prop, para estar fuertemente ideologizados, asunto este que
manejan con habilidad todos los “mass-media” más ad hoc al sistema.
Esta ideologización no solamente se muestra
en el campo político, como pueda ser en lo social y en lo económico, sino
también en el campo de la libertad. No admiten ni toleran que miles y miles de personas
aplaudan o voten a otras personas y a otras opciones. Son tan cerriles que eso
de ver calles y plazas copadas por la gente que no son de los suyos, les pone fuera
de sí.
Esta forma tan obtusa de ver las cosas por
parte de “las bases”, es una constante del social-comunismo. Su resentimiento,
contra el que no están dispuestos a tomar ningún antídoto, no les permite entender
que miles y miles de personas ejerzan su libre voluntad para manifestar sus creencias
o sentimientos, aunque sea de forma pacífica. Son incapaces de asimilarlo. No
tienen cura.
Además de todo esto, luego están los insultos
de siempre, ya saben: nazy, reaccionario, fascista etc, etc. La mala fe, por no
emplear otras palabras más contundentes, les sale a borbotones y sin rubor. No
les importan ni las inexactitudes, ni las mentiras, ni los errores. En fin, es la
intolerancia de los “tolerantes”.
Normalmente, estas personas, “personos”
o “persones”, suele ser de ideología marxista-leninista que, como ya es sabido,
aunque ellos no lo reconozcan, es dogmática, intransigente, inservible,
obsoleta, supersticiosa, generadora de miseria, con una visión entre nebulosa,
turbia y polvorienta de la historia, de la sociedad, de la política, de la
economía, negadora de todo tipo de libertades, etc. Que fue impuesta “por las bayonetas del ejército rojo”
(Carrillo dixit). Que ha empleado la dialéctica de la mentira, del odio y del
terror, y la técnica del golpe de estado, desde San Petersburgo, en octubre de
1.917, hasta Camboya, pasando por China, Europa del Este, Cuba, etc. Que ha
perseguido, asediado, amenazado, intimidado, provocado, criminalizado y
exterminado a las personas, a las fuerzas sociales y políticas que no se
sometieron a sus presupuestos ideológicos, es decir, lo que dictaba el dogma,
la fe y el partido. Que ha desarrollado una labor subversiva llevada a cabo por
autocalificados “intelectuales” que se han propuesto, durante el siglo XX,
“emancipar” a la Humanidad, conforme a su particular criterio revolucionario,
de toda tradición y religión, especialmente la cristiana. Que, aprovechándose
de la libertad que existe, por ejemplo, en España, procura censurar y acallar
todo disidente de “lo políticamente correcto” o lo “intensamente
contemporáneo”. Que, bajo la bandera de la democracia, le gustaría imponer la
dictadura más terrible que jamás haya existido. Que, en las naciones antes
mencionadas, ha tenido la oportunidad de hacer algo positivo. Pero no: se ha
limitado a organizar su “defensa”, es decir, instaurar la represión, la
censura, los gulags, etc, como si con tal política se desarrollasen “las fuerzas productivas”, “las fuerzas creativas”, el “hombre nuevo”, “la nueva civilización que olvide y entierre la creencia antigua” y
“el porvenir radiante de la Humanidad”.
Que intentó cambiar la Biblia y Roma por El Capital y Moscú. Que, bajo el
supuesto rigor científico de su esquema económico y su pretensión de necesidad
histórica, ha engañado a millones de seres con esperanza de una mejor vida. Que
en vez de narrar los acontecimientos históricos tal como sucedieron, ha creado
un tráfico de mentiras, crímenes y ocultamientos. Que en el experimento social
que se proponía, lo único que hizo fue levantar una estructura de enorme peso,
pero con bases insuficientes y viciosas, ocultas detrás de muros de silencio y
falsificación. Y que, por fin, “la causa” que impulsó y que costó la vida a
millones de seres humanos, ha sufrido una derrota histórica de la mayor
envergadura, derrumbándose porque no tuvo en cuenta que la persona tiene derechos
naturales y anteriores al Estado, y que la persona es un fin en sí misma y no
un instrumento más en la maquinaria del mismo, lo que llevó a la supresión de
los cuatro pilares sobre los que se sostiene una sociedad normalmente
constituida: la persona, la familia, la propiedad y la religión.
Y para terminar, recomendaríamos leer el
libro “Iglesia católica. Fundamentos, personas, instituciones”,
Editorial Rialp, Madrid, 2000, autor Pedro Brunori, que es sacerdote,
periodista e ingeniero. Pero, claro, esto de leer es mucho pedir “a las bases”,
o como diría un votante socialista, es pedir peras al horno.
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