martes, 24 de noviembre de 2020

Intervencionismo, el dogma Montaigne y otras falacias ( I )


 

Montaigne, como ya es sabido, fue un mercantilista del siglo XV famoso por su tristemente célebre frase, o mejor dicho, fórmula de “la pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos”.

Esta frase es un auténtico error y una descomunal falacia porque el mercantilismo considera que la riqueza es solamente el dinero, cuando éste sólo es un medio de cambio. La riqueza verdadera está en los bienes que se producen en el mercado, quedando el dinero como medio para intercambiar dichos bienes.

Hay otras falacias de tipo también económico que son admitidas sin rechistar y que verdaderamente impiden la lucha contra la pobreza, a saber: la aceptación a pies juntillas de la teoría del valor-trabajo y la no menos falaz distinción entre producción y distribución. Pero vayamos al grano. Parece que en estos tiempos vuelve el intervencionismo, no ya en el ámbito educacional, civil y político, sino también en el económico. Este intervencionismo económico pretende, de forma ecléctica, ser una simbiosis entre socialismo y liberalismo. Esta mezcla contra natura que intenta recoger lo mejor del liberalismo y lo mejor del socialismo, lo que produce es un engendro poco menos que diabólico, cuyos resultados están a la vista: miseria, hambre, pobres, etc.

Hay algún que otro intelectualillo marxista, pedante infumable, que predica este intervencionismo a ultranza, sin pararse a pensar que en su amada Unión Soviética por culpa de ese dicho intervencionismo 145 millones de personas quedaron en la más absoluta pobreza. Pero, claro, esto no lo dicen.

Lo peor del asunto es que determinados políticos hacen caso a estos pedantes marxistas sin comprender el asunto. Cuando ven miseria y pobreza, dicen que el Estado debe intervenir para eliminarlas no dándose cuenta, tampoco, de que muchas veces esa miseria está provocada por los mismos gobiernos, porque tratan de hacer otra pirueta poco menos que imposible: mezclar estado con mercado. Cuando el Estado interviene en economía el asunto empeora, por muy buenas intenciones que se esgriman. Una cosa son las buenas intenciones, los buenos propósitos y los buenos deseos, y otra cosa es que funcione la economía de un país.

Y para que la economía funcione no hay más que un sistema: el basado en la propiedad privada de los bienes productivos. Algunos echarán las manos a la cabeza, porque esto es capitalismo (concepto denostado, desterrado y odiado por los de la internacional de la mentira, del odio y del rencor), pero si son honestos y hacen un mero análisis, se darán cuenta que esto es así.

A toda esta gente, esto les duele porque, digan lo que digan y prediquen lo que prediquen, ningún sistema a conseguido los resultados de bienestar para “las masas” más que el liberal.

No obstante, y a pesar de lo visto, seguirán en sus trece porque el intervencionismo odia a muerte al monopolio, sin distinguir qué tipo de monopolio es. Porque si el objetivo de la economía de mercado es el consumidor, puede que el citado consumidor cree un monopolio, que no tiene nada que ver con el creado por el gobierno.

Por otra parte, el intervencionismo parte de la falsa premisa de que la propiedad es un mal y que hay limitarla. Hay que ganar menos. Vamos a ver, ¿no sería deseable que todos ganásemos más en vez de que todos ganásemos menos, como defienden estos intervencionistas, socialistas y paleomarxistas?.

En un próximo artículo veremos como aún hoy se sigue la obsoleta, inservible y destronada teoría marxista y cómo el Estado tiene que ocuparse de cosas de las que no se ocupa, como defensa, justicia, seguridad, etc. y dejar de intervenir en el mercado, en la empresa privada y en los asuntos particulares de los compatriotas, perdón, de los ciudadanos.

Continuará.



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