Montaigne, como ya
es sabido, fue un mercantilista del siglo XV famoso por su tristemente célebre
frase, o mejor dicho, fórmula de “la
pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos”.
Esta frase es un
auténtico error y una descomunal falacia porque el mercantilismo considera que
la riqueza es solamente el dinero, cuando éste sólo es un medio de cambio. La
riqueza verdadera está en los bienes que se producen en el mercado, quedando el
dinero como medio para intercambiar dichos bienes.
Hay otras falacias
de tipo también económico que son admitidas sin rechistar y que verdaderamente
impiden la lucha contra la pobreza, a saber: la aceptación a pies juntillas de
la teoría del valor-trabajo y la no menos falaz distinción entre producción y
distribución. Pero vayamos al grano. Parece que en estos tiempos vuelve el
intervencionismo, no ya en el ámbito educacional, civil y político, sino
también en el económico. Este intervencionismo económico pretende, de forma
ecléctica, ser una simbiosis entre socialismo y liberalismo. Esta mezcla contra
natura que intenta recoger lo mejor del liberalismo y lo mejor del socialismo,
lo que produce es un engendro poco menos que diabólico, cuyos resultados están
a la vista: miseria, hambre, pobres, etc.
Hay algún que otro
intelectualillo marxista, pedante infumable, que predica este intervencionismo
a ultranza, sin pararse a pensar que en su amada Unión Soviética por culpa de
ese dicho intervencionismo 145 millones de personas quedaron en la más absoluta
pobreza. Pero, claro, esto no lo dicen.
Lo peor del asunto
es que determinados políticos hacen caso a estos pedantes marxistas sin
comprender el asunto. Cuando ven miseria y pobreza, dicen que el Estado debe intervenir
para eliminarlas no dándose cuenta, tampoco, de que muchas veces esa miseria
está provocada por los mismos gobiernos, porque tratan de hacer otra pirueta
poco menos que imposible: mezclar estado con mercado. Cuando el Estado
interviene en economía el asunto empeora, por muy buenas intenciones que se
esgriman. Una cosa son las buenas intenciones, los buenos propósitos y los
buenos deseos, y otra cosa es que funcione la economía de un país.
Y para que la
economía funcione no hay más que un sistema: el basado en la propiedad privada
de los bienes productivos. Algunos echarán las manos a la cabeza, porque esto
es capitalismo (concepto denostado, desterrado y odiado por los de la
internacional de la mentira, del odio y del rencor), pero si son honestos y
hacen un mero análisis, se darán cuenta que esto es así.
A toda esta gente,
esto les duele porque, digan lo que digan y prediquen lo que prediquen, ningún
sistema a conseguido los resultados de bienestar para “las masas” más que el
liberal.
No obstante, y a
pesar de lo visto, seguirán en sus trece porque el intervencionismo odia a
muerte al monopolio, sin distinguir qué tipo de monopolio es. Porque si el
objetivo de la economía de mercado es el consumidor, puede que el citado
consumidor cree un monopolio, que no tiene nada que ver con el creado por el
gobierno.
Por otra parte, el
intervencionismo parte de la falsa premisa de que la propiedad es un mal y que
hay limitarla. Hay que ganar menos. Vamos a ver, ¿no sería deseable que todos
ganásemos más en vez de que todos ganásemos menos, como defienden estos
intervencionistas, socialistas y paleomarxistas?.
En un próximo
artículo veremos como aún hoy se sigue la obsoleta, inservible y destronada
teoría marxista y cómo el Estado tiene que ocuparse de cosas de las que no se
ocupa, como defensa, justicia, seguridad, etc. y dejar de intervenir en el
mercado, en la empresa privada y en los asuntos particulares de los
compatriotas, perdón, de los ciudadanos.
Continuará.
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