Así
se intitula el libro de Jorge Semprún, Editorial Planeta, Barcelona 1977, 347
páginas incluido Índice.
Como
ya sabrán, Jorge Semprún fue miembro del partido comunista de España que
participó en varios actos de resistencia a lo largo de los años cuarenta y
cincuenta del siglo pasado. Posteriormente fue expulsado del partido, junto a
Fernando Claudín, en 1964, expulsión propiciada y auspiciada por Santiago
Carrillo, al que pone en este libro pone a bajar de un burro, como vulgarmente
se dice. En el gobierno de Felipe González, fue ministro de Cultura entre 1988
y 1991, aunque nunca fue militante del PSOE.
El
libro es, simplemente, una crítica del mito comunista vista por el mismo
Semprún a través de un personaje autobiográfico llamado Federico Sánchez. Como
puede verse en la portada, esta obra obtuvo el Premio Planeta en 1977 con un
éxito extraordinario.
En
la página 16 nos dice Semprún, en su primer encuentro casual con Pasionaria: “Pasionaria ha pedido la palabra y no va a
esperar a que termines tus desvaríos y digresiones para hacer uso de ella. Si
sigues así, entimismado en
tu memoria, corres el peligro de no oír la filípica que os
tiene preparada”. En el párrafo siguiente ya se ve
la expulsión de Federico que es condenado “al
infierno de las tinieblas exteriores”.
En las
páginas 240 y 241, Semprún habla un poco de la “memoria” comunista, además de
hacer una comparación entre la Iglesia y el comunismo. Dice:
“Te asombra una vez más comprobar qué selectiva es
la memoria de los comunistas. Se acuerdan de ciertas cosas y otras las olvidan.
Otras las expulsan de su memoria. La memoria comunista es, en realidad, una
desmemoria, no consiste en recordar el pasado, sino en censurarlo. La memoria
de los dirigentes comunistas funciona pragmáticamente, de acuerdo con los
intereses y los objetivos políticos del momento. No es una memoria histórica,
testimonial, es una memoria ideológica”.
No cabe
duda de que esto escrito por Semprún hace tantos años, es una verdad como un
piano de grande.
En cuanto a
la comparación con la iglesia, dice:
“Fuera de la Iglesia no hay salvación, fuera del
partido tampoco. Peor aún: fuera del partido no hay ni salvación ni existencia.
Fuera del partido se deja de existir. Se convierto uno en no-ser. Se hace uno
transparente, ectoplásmico,
nebuloso”.
En la
página siguiente, y volviendo al tema de la memoria, nos dice al autor:
“No es una memoria testimonial, sino de falso
testigo. Romero Martín sólo se acuerda de lo que le conviene acordarse. Y esto
no es sólo un problema personal, o psicológico o moral. Es un problema
político. Porque resulta que la memoria de Romero Martín funciona igual que la
de Carrillo, igual que la de Gregorio López Raimundo, igual que la de Marcelino
Camacho. Basta para comprobarlo con leer las entrevistas autobiográficas de
todos ellos”.
La
crítica y ataque al sistema comunista, queda bien reflejado en la página 142.
Dice Semprún:
“Uno pensaba, en verdad, que el marxismo es, ante todo, en su raíz y
su método, un ateísmo. O sea, que para ser comunista - y no se confunda un comunista con un miembro
del partido: ambas cosas pueden ser muy diferentes - hay que empezar por ser descreído, aunque
esto no baste, como es lógico. Pues no. Desde el cielo de la Nueva Fe, que ya
no es ni ciega ni anticientífica, Irene Falcón nos anuncia la buena nueva: para
ser comunista hay que ser creyente, lo contrario de descreído, y no hay que
tener dudas, o sea, hay que creérselo todo a pies juntillas.
Para colmo, Irene Falcón tiene la
desfachatez intelectual (pero tal vez sea sólo ignorancia: supina y divina
ignorancia) de apoyarse en una cita de Marx deformada y traída por los pelos.
Afirma, en efecto, como ya se ha visto,
que ‘se ha reforzado en nosotros esa fe a la que se refería Marx cuando
decía que los comunistas son capaces de
**asaltarlos cielos**”
En
la página 147 comenta Semprún que, estando reunidas varias personas, entre
ellas Santiago Carrillo, y hablando sobre la muerte de Stalin, el mentado
asesino de Paracuellos “pretendía que se
cerrara de una vez y para siempre el expediente del stalinismo. Gritaba,
enfurecido, que hurgar en ese pasado sólo era prueba de masoquismo de
intelectual pequeño-burgués. Pues bien, yo seguiré hurgando en ese pasado, para
poner al descubierto sus heridas purulentas, para cauterizarlas con el hierro
al rojo vivo de la memoria”.
En
la página 172 y 173 nos habla el autor de los fracasos, mentiras y demagogias y
logomaquias del comunismo. Así, nos dice Semprún que la permanencia de la
organización “es una fuente generadora de
rutinas y de ritos, de pereza mental y de sumisión a la autoridad”. También
nos dice el autor que “Mantener la
unidad, la disciplina, el pensamiento correcto – y ya se sabe que el único
criterio de éste reside en las decisiones de los jefes – la ideología casi
religiosa del Partido, cualquiera que sea su estrategia política, y aunque esté
claro que dicha estrategia sólo conduce a una ininterrumpida serie de fracasos”
En
otro párrafo de la misma página se lee:
“¿Tomar el poder? En la revolución
cubana, que es el ejemplo histórico más reciente, no necesita argumentarse
largamente que el poder no fue tomado por el partido comunista (que se
denominaba ‘partido socialista popular’), sino contra éste, o al menos al
margen de él y a pesar suyo. Cuando
Fidel Castro Proclama que ‘el Partido lo resume todo’, que ‘ en él se
sintetizan los sueños de todos los revolucionarios’, no sólo está flotando en
el cielo de las verdades teologales, sino que está falseando la historia de su
propio país, de su propia revolución”.
Nota.-
Aclarar que Irene Falcón (en realidad se llamaba Irene Lewy Rodríguez), ingresó
en PCE en 1932, conociendo este año a la Pasionaria, de la que llegaría a ser
su secretaria personal. Al terminar la guerra se fueron las dos primero a París
y después a la URSS. Aquí sufrió la represión del sistema, ya que su compañero
checo Gesminder fue ejecutado en 1952 acusado, como siempre, de ser un “agente
imperialista”. Fue expulsada de su trabajo, marchándose para Pekín en 1954,
regresando a la URSS al poco tiempo. Sin comentarios.
Y
terminamos con este magnífico libro narrando lo que nos dice Semprún en la
página 224, correspondiente al Capítulo V intitulado “Intermedio en el Ampurdán”, al referirse a un informe redactado
por Carrillo con motivo de la celebración del XX congreso del PCUS, informe que
fue “el canto del cisne de la capacidad
crítica de Carrillo”, diciendo a continuación que “entonces no era todavía secretario general y que su capacidad crítica
se ejercía a costa de los demás – de Uribe y de Mije, principalmente – y no a
costa suya”. Y comienza Carrillo:
“ ‘Una de las manifestaciones de la
influencia del culto a la personalidad en nuestro Partido – decía Carrillo en
el Pleno de agosto – ha sido atribuir al secretario general del Partido poderes
extraordinarios, por encima del colectivo de dirección. Entre el papel jugado
por el secretario general en el Partido Comunista bolchevique en tiempos de
Lenin y el papel que se atribuía después, en tiempos de Stalin, al designado
para este cargo, hay serias diferencias. Esta práctica ha sido trasladada a la
vida de nuestro Partido, en donde se consideraba al secretario general como el
jefe del Partido, con autoridad para tomar discrecionalmente decisiones muy
importantes, tanto en materia política como en organización, contando o sin
contar con el Buró Político. En la práctica, se consideraba que sus opiniones o
decisiones eran siempre definitivas. Oponerse a este método, en otras épocas,
hubiera parecido como una falta de respeto,
como una grave indisciplina, como una conculcación de las normas de
dirección . . .’ ”.
¡Que bien hablaba Carrillo de este
problema cuando él no era secretario general, cundo lo era Dolores Ibarruri!
Pero en ‘Mañana España’, después de catorce años de presencia omnímoda en dicho cargo, he aquí lo que dice Carrillo:
‘. . . creo útil añadir algo sobre el papel de las personalidades, delos
líderes, en el movimiento obrero revolucionario. Después de la condena del
‘culto’ se desarrolló una cierta tendencia al ‘antiliderismo’. Puede
considerarse este hecho como el tributo pagado por los excesos del período del
‘culto’. Pero ese ‘antiliderismo’ es también, en el fondo, idealista y
reaccionario. Los partidos, los movimientos revolucionarios tienen necesidad, a
otro nivel, de líderes. Las masas obreras y populares no se deciden, como puede
hacerlo un científico, por análisis precisos de la realidad concreta, ni sobre la base de una teoría
revolucionaria. Las masas de deciden de una manera más sencilla, y tienden a
identificar la defensa de sus intereses con un partido, con un movimiento y con
los hombres que lo representan . . .’
Como
puede apreciarse, el asunto cambia según Carrillo fuese secretario o no. Además
de criminal, cínico . . .aunque, bueno, esto y otras cosas ya se sabían.
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