martes, 23 de abril de 2019

“Autobiografía de Federico Sánchez”



Así se intitula el libro de Jorge Semprún, Editorial Planeta, Barcelona 1977, 347 páginas incluido Índice.

Como ya sabrán, Jorge Semprún fue miembro del partido comunista de España que participó en varios actos de resistencia a lo largo de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Posteriormente fue expulsado del partido, junto a Fernando Claudín, en 1964, expulsión propiciada y auspiciada por Santiago Carrillo, al que pone en este libro pone a bajar de un burro, como vulgarmente se dice. En el gobierno de Felipe González, fue ministro de Cultura entre 1988 y 1991, aunque nunca fue militante del PSOE.
El libro es, simplemente, una crítica del mito comunista vista por el mismo Semprún a través de un personaje autobiográfico llamado Federico Sánchez. Como puede verse en la portada, esta obra obtuvo el Premio Planeta en 1977 con un éxito extraordinario.
En la página 16 nos dice Semprún, en su primer encuentro casual con Pasionaria: “Pasionaria ha pedido la palabra y no va a esperar a que termines tus desvaríos y digresiones para hacer uso de ella. Si sigues así, entimismado en tu memoria, corres el peligro de no oír la filípica que os tiene preparada”. En el párrafo siguiente ya se ve la expulsión de Federico que es condenado “al infierno de las tinieblas exteriores”.
En las páginas 240 y 241, Semprún habla un poco de la “memoria” comunista, además de hacer una comparación entre la Iglesia y el comunismo. Dice:
“Te asombra una vez más comprobar qué selectiva es la memoria de los comunistas. Se acuerdan de ciertas cosas y otras las olvidan. Otras las expulsan de su memoria. La memoria comunista es, en realidad, una desmemoria, no consiste en recordar el pasado, sino en censurarlo. La memoria de los dirigentes comunistas funciona pragmáticamente, de acuerdo con los intereses y los objetivos políticos del momento. No es una memoria histórica, testimonial, es una memoria ideológica”.
No cabe duda de que esto escrito por Semprún hace tantos años, es una verdad como un piano de grande.
En cuanto a la comparación con la iglesia, dice:
“Fuera de la Iglesia no hay salvación, fuera del partido tampoco. Peor aún: fuera del partido no hay ni salvación ni existencia. Fuera del partido se deja de existir. Se convierto uno en no-ser. Se hace uno transparente, ectoplásmico, nebuloso”.
En la página siguiente, y volviendo al tema de la memoria, nos dice al autor:
“No es una memoria testimonial, sino de falso testigo. Romero Martín sólo se acuerda de lo que le conviene acordarse. Y esto no es sólo un problema personal, o psicológico o moral. Es un problema político. Porque resulta que la memoria de Romero Martín funciona igual que la de Carrillo, igual que la de Gregorio López Raimundo, igual que la de Marcelino Camacho. Basta para comprobarlo con leer las entrevistas autobiográficas de todos ellos”.
La crítica y ataque al sistema comunista, queda bien reflejado en la página 142. Dice Semprún:
“Uno pensaba, en verdad,  que el marxismo es, ante todo, en su raíz y su método, un ateísmo. O sea, que para ser comunista -  y no se confunda un comunista con un miembro del partido: ambas cosas pueden ser muy diferentes -  hay que empezar por ser descreído, aunque esto no baste, como es lógico. Pues no. Desde el cielo de la Nueva Fe, que ya no es ni ciega ni anticientífica, Irene Falcón nos anuncia la buena nueva: para ser comunista hay que ser creyente, lo contrario de descreído, y no hay que tener dudas, o sea, hay que creérselo todo a pies juntillas.
Para colmo, Irene Falcón tiene la desfachatez intelectual (pero tal vez sea sólo ignorancia: supina y divina ignorancia) de apoyarse en una cita de Marx deformada y traída por los pelos. Afirma, en efecto, como ya se ha visto,  que ‘se ha reforzado en nosotros esa fe a la que se refería Marx cuando decía que los comunistas  son capaces de **asaltarlos cielos**”
En la página 147 comenta Semprún que, estando reunidas varias personas, entre ellas Santiago Carrillo, y hablando sobre la muerte de Stalin, el mentado asesino de Paracuellos “pretendía que se cerrara de una vez y para siempre el expediente del stalinismo. Gritaba, enfurecido, que hurgar en ese pasado sólo era prueba de masoquismo de intelectual pequeño-burgués. Pues bien, yo seguiré hurgando en ese pasado, para poner al descubierto sus heridas purulentas, para cauterizarlas con el hierro al rojo vivo de la memoria”.
En la página 172 y 173 nos habla el autor de los fracasos, mentiras y demagogias y logomaquias del comunismo. Así, nos dice Semprún que la permanencia de la organización “es una fuente generadora de rutinas y de ritos, de pereza mental y de sumisión a la autoridad”. También nos dice el autor que “Mantener la unidad, la disciplina, el pensamiento correcto – y ya se sabe que el único criterio de éste reside en las decisiones de los jefes – la ideología casi religiosa del Partido, cualquiera que sea su estrategia política, y aunque esté claro que dicha estrategia sólo conduce a una ininterrumpida serie de fracasos”
En otro párrafo de la misma página se lee:
“¿Tomar el poder? En la revolución cubana, que es el ejemplo histórico más reciente, no necesita argumentarse largamente que el poder no fue tomado por el partido comunista (que se denominaba ‘partido socialista popular’), sino contra éste, o al menos al margen de él y a pesar suyo.  Cuando Fidel Castro Proclama que ‘el Partido lo resume todo’, que ‘ en él se sintetizan los sueños de todos los revolucionarios’, no sólo está flotando en el cielo de las verdades teologales, sino que está falseando la historia de su propio país, de su propia revolución”.
Nota.- Aclarar que Irene Falcón (en realidad se llamaba Irene Lewy Rodríguez), ingresó en PCE en 1932, conociendo este año a la Pasionaria, de la que llegaría a ser su secretaria personal. Al terminar la guerra se fueron las dos primero a París y después a la URSS. Aquí sufrió la represión del sistema, ya que su compañero checo Gesminder fue ejecutado en 1952 acusado, como siempre, de ser un “agente imperialista”. Fue expulsada de su trabajo, marchándose para Pekín en 1954, regresando a la URSS al poco tiempo. Sin comentarios.
Y terminamos con este magnífico libro narrando lo que nos dice Semprún en la página 224, correspondiente al Capítulo V intitulado “Intermedio en el Ampurdán”, al referirse a un informe redactado por Carrillo con motivo de la celebración del XX congreso del PCUS, informe que fue “el canto del cisne de la capacidad crítica de Carrillo”, diciendo a continuación que “entonces no era todavía secretario general y que su capacidad crítica se ejercía a costa de los demás – de Uribe y de Mije, principalmente – y no a costa suya”. Y comienza Carrillo:
“ ‘Una de las manifestaciones de la influencia del culto a la personalidad en nuestro Partido – decía Carrillo en el Pleno de agosto – ha sido atribuir al secretario general del Partido poderes extraordinarios, por encima del colectivo de dirección. Entre el papel jugado por el secretario general en el Partido Comunista bolchevique en tiempos de Lenin y el papel que se atribuía después, en tiempos de Stalin, al designado para este cargo, hay serias diferencias. Esta práctica ha sido trasladada a la vida de nuestro Partido, en donde se consideraba al secretario general como el jefe del Partido, con autoridad para tomar discrecionalmente decisiones muy importantes, tanto en materia política como en organización, contando o sin contar con el Buró Político. En la práctica, se consideraba que sus opiniones o decisiones eran siempre definitivas. Oponerse a este método, en otras épocas, hubiera parecido como una falta de respeto,  como una grave indisciplina, como una conculcación de las normas de dirección . . .’ ”.
¡Que bien hablaba Carrillo de este problema cuando él no era secretario general, cundo lo era Dolores Ibarruri! Pero en ‘Mañana España’, después de catorce años de presencia omnímoda  en dicho cargo, he aquí lo que dice Carrillo: ‘. . . creo útil añadir algo sobre el papel de las personalidades, delos líderes, en el movimiento obrero revolucionario. Después de la condena del ‘culto’ se desarrolló una cierta tendencia al ‘antiliderismo’. Puede considerarse este hecho como el tributo pagado por los excesos del período del ‘culto’. Pero ese ‘antiliderismo’ es también, en el fondo, idealista y reaccionario. Los partidos, los movimientos revolucionarios tienen necesidad, a otro nivel, de líderes. Las masas obreras y populares no se deciden, como puede hacerlo un científico, por análisis precisos de la realidad concreta,  ni sobre la base de una teoría revolucionaria. Las masas de deciden de una manera más sencilla, y tienden a identificar la defensa de sus intereses con un partido, con un movimiento y con los hombres que lo representan . . .’
Como puede apreciarse, el asunto cambia según Carrillo fuese secretario o no. Además de criminal, cínico . . .aunque, bueno, esto y otras cosas ya se sabían.


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