Como decíamos en el artículo anterior, en éste
vamos a hablar de otro terrorista intelectual: Willi Münzenberg, que fue, junto
con otros, el principal responsable de la Internacional Comunista que era, en
el fondo, una enorme correa de transmisión de la propaganda marxista que, como
ya es sabido, anestesió a media Europa.
Este sujeto ya conocía al temible Lenin antes de
1.917, cuando tuvo lugar la revolución bolchevique. Una vez en el poder, Lenin
formó un trío demoníaco: el citado Münzenberg, Dzerzhinsky, creador de la
Cheka, que era un apéndice o instrumento de terror, y Radek, un “intelectual”
de Polonia cuya misión era exponer “científicamente” las ideas marxistas.
El objetivo de la Internacional Comunista, o
Kommintern, no era otro que el de inyectar en el mundo occidental, y más
concretamente en Europa, la idea de que las personas que rechazasen el sistema
comunista eran fascistas, reaccionarias, fanáticas, retrógadas y demás
monsergas de costumbre que aún hoy día siguen estabuladas en la mente de muchas
personas.
Por el contrario, y como es lógico, las personas
partidarias de dicho sistema, eran “avanzadas”, inteligentes, partidarias del
“porvenir radiante de la Humanidad” y, por supuesto, eran “intelectuales”.
Para esta tarea de contaminación propagandística
del mundo occidental, Münzenberg y sus acólitos contaron con la inestimable
colaboración de los “tontos útiles”, (Lenin dixit) que eran, como todo el mundo
sabe, aquellas personas, ya fueran artistas, escritores, directores de cine,
periodistas, etc, que exaltaban los logros del sistema comunista en educación,
salud, agricultura, industria, etc, así como también ensalzaban la nueva
sociedad que se estaba construyendo en la URSS y demás bondades. Ejemplos de
estos tontos útiles podríamos citar a Jean Paul Sartre, a Bertold Brecht, a
Hemingway, a Saramago, y a un larguísimo etc., que incluye a filosofillos de
medio pelo, pedantes infumables ellos.
Especial mención merecen John Reed y Lincoln
Steffens. El primero con su obra “Diez días que estremecieron al mundo”,
dio muestras de esa idiotez útil, pues en vez de narrar las matanzas
perpetradas por los bolcheviques en aquellos días terribles de la revolución
marxista, tomó partido por esto, en lugar de levantar acta de lo que estaba
viendo.
El caso del otro, Lincoln Steffens, quizá sea de
más tontura. Hombre acaudalado y de lujosa juventud y mansión, declaró al
regresar de la URSS: “He visto el futuro y funciona”. Sin comentarios.
Esta propaganda transmitida por la Kommintern,
difundía a través de prensa, radios, editoriales e incluso películas, todos los
tópicos típicos del marxismo: el odio sempiterno a los EE.UU., a la religión
cristiana, al mercado libre, a la familia, a la moralidad, al patriotismo y
demás monsergas de la vulgata marxista-leninista de intoxicación.
En el próximo y último artículo veremos le nefasto
balance que ha dejado este terrorismo cultural marxista
Continuará.
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