Como decíamos en nuestro anterior artículo, el
terrorismo intelectual marxista comenzó con los Gramsci, Münzenberg y Lukacs
principalmente, aunque también hubo otros que siguieron sus pasos. Sobre
Gramsci ya hemos escrito los artículos intitulados “Antonio Gramsci” y “El
otro terrorismo”, publicados en este
blog en septiembre y octubre de 2.016, y abril de 2.017.
No cabe duda de que Gramsci fue el primero que,
contradiciendo hasta cierto punto a Lenin, cambió al terreno de la cultura el
pilar marxista de la lucha de clases,
aunque en ambos casos el terrorismo está presente: en Gramsci, el intelectual,
y en Lenin el de masas.
El plan de Gramsci, como ya es sabido, consistía, y
consiste, en la toma del poder no por vía democrática, sino en la destrucción
de los principios y fundamentos morales y éticos del cristianismo que, en fin
de cuentas es lo que persigue el marxismo con su odio visceral a todo lo que
huela a religión cristiana. De otras no dice ni pío.
Otro de los personajes de este terrorismo
intelectual, fue Willi Münzenberg, alto cargo de la Kommintern en los tiempos
de Lenin y Stalin. Este sujeto se encargó de expandir por el mundo occidental
todo el programa de este nuevo sistema subversivo, que tendría una gran
aceptación gracias a los “tontos útiles”, que diría Lenin.
Esta nueva táctica de terrorismo intelectual, tuvo
su origen en un “viaje” (I) que hizo Antonio Gramsci a la URSS, al
comprobar “in situ” que el comunismo no funcionaba desde un punto de vista
político y mucho menos democrático. Se dio cuenta que el régimen soviético sólo
subsistía mediante la aplicación del terror de masas, lo que traía el miedo y
el sufrimiento de la población. Sobre el citado terror de masas, bastan un par de frases. Así, Lenin
decía:
“Sí para llegar a nuestros fines debemos eliminar el 80%
de la población, no vacilaremos, un solo instante.". No menos contundentes eran
estas otras de Mao Tse Tung:
"Para decirlo con toda franqueza,
en todas las aldeas se necesita un breve período de terror".
La verdad es que, al contrario de los citados
“tontos útiles” que visitaban la URSS y salían de allí cantando y contando sus
excelencias, Gramsci no mordió el anzuelo, aunque su fanatismo marxista le
impedía deshacerse del clíbano mental que tenía sobre el asunto.
Y este clíbano mental, a pesar de lo visto en la
URSS, le hacía ver, creer y comprender que el marxismo seguía siendo infalible.
Si esto era así, ¿cómo se explicaba entonces la situación tan desastrosa de lo
visto en la Unión Soviética? ¿Cuál era el motivo? ¿Por qué no funcionaba
aquello?
Como no podía ser de otra manera, había que dar una
“explicación científica” a todo esto. Y, claro, tal explicación no podía ser
otra: el fracaso del comunismo era culpa de la tradición judeocristiana que,
con sus principios, normas y leyes, había dominado las conciencias durante dos
mil años impidiendo la realización de la doctrina marxista.
Y es aquí donde el marxismo despliega todo su
arsenal para atacar de una manera más contundente a la religión cristiana,
empezando por la familia y la propiedad privada, que son los pilares naturales
de toda sociedad normalmente constituida. Ya Engels en su día había dicho que “La liberación de la mujer pasa por la destrucción de la familia y su
ingreso al mercado del trabajo. Así, ocupará su lugar en la sociedad de
producción, ya sin el yugo marital ni la carga de la maternidad”.
( I ).- Conviene recordar que este “viaje” de Gramsci a
la URSS, fue porque salió huyendo de Mussolini, como hicieron otros muchos
líderes comunistas en España que, cuando vienen la duras, en vez de dar la cara
con valentía, salieron huyendo en aviones, buques y hasta en ambulancias
llevando joyas, alhajas, etc.
Continuará.
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