El título completo del libro es “Los olvidados. Una tragedia americana en la
Rusia de Stalin”, autor Tim
Tzouliadis, edición en castellano de Randon House Mondadori, S.A., Editorial
Debate 2.010, 521 páginas.
Como decíamos en la entrega anterior, en
ésta comentaremos algo sobre los capítulos 8 y 12, intitulados respectivamente “El Terror, el terror”, páginas 93 a
108, y “Sumisión a Moscú”, páginas 153 a 166. En la página 95 y siguientes
se lee:
“La
Unión Soviética ya no se tambaleaba al borde del abismo. El Estado
revolucionario había caído ya en él, empujado por las manipulaciones de la
fuerza cuyo nombre no se podía pronunciar. Por encima de todo, el NKVD infunde
miedo, ya que su poder sobre todo ciudadano estaba más allá de toda
justificación. Ya había pasado el tiempo en que se podía uno marchar de Rusia. Ahora
la única esperanza de protección estaba en la oscuridad, en esconderse de la
gente y abandonar cualquier cargo de responsabilidad y las poblaciones de
cierto tamaño. Los más astutos renunciaban sin explicaciones a sus carreras de
gestores industriales para hacerse albañiles, o abandonaban su trabajo de
médicos para atender caballos en una granja colectiva. Los que habían
interpretado a tiempo las señales se esfumaron para reaparecer, si tenían
suerte, en la comunidad de exiliados
rusos en París o Niza. Eran tiempos, según las palabras del poeta Alexander
Blok, de estar ‘más callados que el agua, más bajos que la hierba’. Pero en
1937 las fronteras de la URSS fueron selladas por completo. Las oportunidades
de huida estaban agotadas, y lo que antes era inminente había llegado ya.
¿Quién
se atrevía a hablar en voz alta en la Rusia soviética? Prácticamente nadie, ya
que la consecuencia no era el encarcelamiento por disidente, sino la ejecución
inmediata. Además no existía ningún medio de protesta que no estuviera bajo el
control del Estado. Entre los intelectuales de Rusia, hacía mucho que los más
perspicaces se habían dado cuenta de la capacidad criminal de la revolución. El
padre de la psicología moderna, Ivan Pavlov, tenía ochenta y cinco años 2l 21
de diciembre de 1934. Sus experimentos sobre el comportamiento le habían valido
el Premio Nobel, y su reputación científica internacional lo hacía
prácticamente intocable. Después de las detenciones masivas en Leningrado,
Pavlov había escrito una indignada carta al Consejo de Comisarios del Pueblo de
la URSS:
‘En
vano creéis en la revolución mundial . . .Vosotros no extendéis la revolución
sino el fascismo, con gran éxito, por todo el mundo . . . El fascismo no
existía antes de vuestra revolución . . . Sois el terror y la violencia . .
.¿Soy el único que piensa y siente así? Tened compasión de la Madre Patria y de
nosotros’.
Cuando
Ivan Pavlov murió, dos años después, el NKVD había reunido cinco volúmenes de
denuncias de informadores contra la máxima figura de la ciencia soviética”
Otro premio Nobel, en este caso de
Literatura del año 1933, represaliado por el sistema fue Ivan Bunin que huyó de
la URSS salvando así su vida. En su
diario anotó:
“La
Gran Revolución Rusa es mil veces más
bestial, sucia y estúpida que el vil original que pretende copiar, porque
supera – paso a paso, punto por punto y de modo horriblemente desvergonzado y
explícito – el sangriento melodrama que se presentó en Francia” (página
96).
En fin, y como siempre, libro recomendado
para los de la memoria histórica y para los de la internacional de la mentira,
del odio y del terror.
Continuará.
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