El unanimismo en las
creencias del Corán, según los musulmanes, confirma la veracidad de la
doctrina. También esto se puso de manifiesto en su día en el mundo comunista en
donde se perseguía y se eliminaba al disidente que rechazaba el marxismo. Así,
en ambos casos, al ser manifiesta la verdad, los descarriados son considerados
poco menos que dementes. La intolerancia e intransigencia en Mahoma y en el
Corán, son evidentes: el Libro Sagrado es una copia del que se encuentra en el
Paraíso y, por lo tanto, no se puede cambiar ni modificar. No se admite la
crítica, porque es imposible errar, incluso cuando hay contradicciones: el
Libro prohíbe cobrar intereses cuando se presta dinero. Todos sabemos que el
mundo musulmán es una potencia financiera.
Los que no creen en el Libro
son calificados como infieles. La sura 8:57 dice: “Las bestias peores para Dios son los ingratos que no creen”. Es
decir, El Corán tiene como primera víctima al infiel, sin olvidarse que la
segunda es la mujer.
Centrándonos ahora en el tema
de la inquisición mahometana, diremos que casi todas las organizaciones
religiosas y políticas tuvieron, y tienen, su propia inquisición, aunque muchas
veces tengan otro nombre. En el fondo, esta organización, por llamarla de
alguna manera, es la que se encarga de mantener la fidelidad de la doctrina, de
los dogmas y de las creencias, empleando muchas veces métodos criminales. Tal
sería el caso de las checas en el mundo marxista en épocas recientes o el de la
propia inquisición en el mundo cristiano de hace de siglos.
La inquisición mahometana
persigue, en muchos casos a muerte, a:
Primero.- Todos los que se manifiestan en contra del fundamentalismo islámico que tiene puestos en actitud genuflexa a millones de seres humanos estando, al mismo tiempo, en la más absoluta miseria.
Segundo.- Los ateos y a los infieles
.
Tercero.- Cualquier reformista que intente las más mínima apertura. Recuérdense los casos de Salman Rhusdie, de Hachem Aghajari y de la escritora paquistaní Taslima Nasrin.
Cuarto.- Los que no creen que en el año 610 Mahoma recibió su primera revelación en el monte Hira.
Quinto.- Los que mantienen una postura escéptica sobre las iluminaciones del Profeta.
Sexto.- Los que salten la prohibición de la bebida y el juego.
Séptimo.-Los que hagan pactos con los infieles
Octavo.- Los que piensan que la única razón no es la fe.
Noveno.- Los que no están de acuerdo con lo que dice la sura 2:187: la idolatría es peor que la carnicería en la guerra.
Décimo.- Los que no creen que la guerra santa es una obligación para los varones.
Estos cuatro artículos que hemos escrito, se podrían resumir así: el Corán, al negar toda discrepancia y debate, es puro fanatismo que hace que la teocracia mahometana, brazo político de ese fanatismo político-religioso generador de violencia, sea una poderosa arma de destrucción masiva que está a la vista. No hace falta buscarla.
Por otra parte, la guerra que el Islam tiene declarada a Occidente, es una guerra muy sui generis: no tiene trincheras, ni carros de combate, ni retaguardia, ni frente, ni campos de batalla, pues lo mismo se desarrolla en África, en Europa, en EE.UU., en Pakistán o en Peñaranda de Bracamonte.
Además, esta guerra, si Occidente no pone los medios necesarios, irá para largo. Pero claro, oiga, para los de la internacional de la mentira, del odio, del rencor y del terror, así como para los colectivos de “artiscejos”, de los “intensamente contemproáneos”, de los “los semáforos de la palabra culta y buenas costumbres”, la citada guerra es por culpa del capitalismo, de Israel, de EE.UU., de la Iglesia Cristiana. Además, para los islamistas, la culpa la tienen los “infieles”.
Vean la imagen. Todos estos “colectivos” que acabamos de citar, no se atreven a denunciar esta vestimenta. Porque el problema del burka y la vestimenta, además de otras cosas relativas a la mujer en el Islam, no es de tipo religioso, sino un asunto de libertad, de dignidad y de emancipación de la mujer.
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