La violencia es innata al
Islam. Casi todas las azofras del Corán rezuman sangre. La vida del propio
Mahoma, también. Las primeras biografías del Profeta se llaman libros de las
conquistas.
De sobra son conocidas las guerras de expansión del Islam a través
de los siglos y, actualmente, los enfrentamientos a muerte en la India entre
islamistas, hindúes y cristianos. Allí se demuestra de forma evidente que el
multiculturalismo es violencia y enemigo de la sociedad plural y democrática.
Mientras las personas necesiten la creación de enemigos para justificar su
propia cultura, estarán cometiendo un grave error que atenta contra la
convivencia pacífica.
El lenguaje bélico y violento
del Corán se ve, por ejemplo, en la sura 8,12: “Id a dar firmeza a los creyentes. Yo sembraré el terror en el corazón
de los infieles. Y vosotros, golpeadles en las nucas y en los extremos de los dedos”.
En algunos pasajes hay inducción al genocidio. En la sura 8,68 se lee: “No es propio de un Profeta tener
prisioneros hasta que haya cubierto la tierra con los cadáveres de los
incrédulos”. En la 17,60 también se puede leer: “No hay ciudad a la que nosotros no aniquilemos o atormentemos con
terrible tormento antes del día de la Resurrección”
Sin embargo, lo que se
predica en las mezquitas (en España hay unas cien, en contraposición a los
países islámicos en donde no hay ningún tipo de iglesia ni de sinagoga), parece
contradecir lo dicho anteriormente. Sus muecines llaman a la oración como un
canto a la fraternidad y a la hermandad. Si no fuese porque los musulmanes
practican la taqilla (esconder, disimular y
encubrir sus creencias), se podría pensar que la cosa podría ser cierta. Nada
más lejos. Ocultan, por ejemplo, que la saria, ley coránica, es la ley civil de
cada país, lo que lleva a la sociedad a un estado teocrático rígido y
dominador.
Estos muecines y emires suele
venir, principalmente, de los Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudí. Estos
países, inmensamente ricos y terriblemente dictatoriales, son dos de los
estados más retrógrados del planeta, en donde no hay ni sindicatos, ni partidos
políticos, ni libertades, ni la más leve tolerancia, etc. Lo único que impera
es el dogmatismo cuasi feudal del Corán.
Visto lo anterior, no hace
falta ser ningún zahorí para darse cuenta de que no se puede creer a
individuos, que gobiernan y son gobernados de forma tan brutal, que vienen a
darnos lecciones de fraternidad y hermandad.
Por otra parte, hay un hecho curiosísimo y
contradictorio: el radicalismo laicista, tan furiosamente defendido de forma
dogmática, permanece callado ante esta ofensiva islámica y, sin embargo,
arremete con fuerza y vigor contra todo lo que huela a cristianismo, y
concretamente a catolicismo. No hay más que ver la campaña “Por una sociedad
laica. La religión fuera de la escuela” ¿No quedamos en defender el
multiculturalismo? ¿Por qué el Islam sí y el Cristianismo no? ¿Por qué se
critica, por ejemplo, a la iglesia católica por su rechazo al sacerdocio
femenino y, sin embargo, se admite que los musulmanes hagan lo propio, debiendo
ser respetada esta actitud?
Otro asunto que llama la atención, es el silencio feminista frente al trato que recibe la mujer en el Islam. La tradición sexista coránica hace que la mujer no tenga derecho al mercado del trabajo y que sea visto con recelo su formación cultural e intelectual. Tampoco es igual ante la ley: en Arabia Saudí se la prohíbe conducir. Se la obliga a tapar su cuerpo de las miradas de los hombres y a ser sumisas al varón. Se les dice que se abstengan de ser infieles a sus maridos, y que no sean examinadas por médicos varones, porque si no la ley de la fraternidad y de la hermandad se encargará de lanzar sobre ellas una maldición pétrea, que normalmente termina en muerte. También la mujer es considerada inferior al hombre. Lo dice El Corán 2:228, 4:11, 4:34. También en 4:38 se lee: “Amonestad a aquéllas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles”.
Todo esto no está permitido
en nuestro Código Penal y en nuestra Constitución. El artículo 14 de la misma
protege el derecho a la dignidad, a la integridad física y moral y a la
igualdad. En nombre del multiculturalismo, ¿debemos adaptar el citado Código y
la Constitución al Corán? En fin, más
violencia psíquica y física no se puede pedir.
Continuará.
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