Hace unos días hemos visto
una pintada en una puerta de un garaje que decía: “¡Lenin, vive!”. Ya hemos
comentado en este blog dichos y hechos de este nefasto sujeto, y como hay que
recuperar la “memoria histórica”, vamos a ello.
El leninismo nace en 1.903
con el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, celebrado en
Bruselas y en Londres en los meses de julio-agosto. El primero había tenido
lugar en marzo de 1.898 en la ciudad de Minsk.
En este II Congreso tuvo
lugar la separación entre bolcheviques y mencheviques, dando lugar a la
controversia entre las libertades democráticas y el interés del partido. Lenin
defendió “la subordinación de todos los
principios democráticos a los intereses del Partido”.
Pero lo que verdaderamente
separó a bolcheviques y mencheviques fue la discusión sobre el principio de
autoridad y cómo se reglamentaría el ser “miembro del partido”. Para Lenin los
miembros del partido tenían que entregarse de forma ciega a las directrices del
mismo: tenían que ser “activistas,
obedientes, mentalizados y disciplinados”. Es decir: el pueblo estaría
sometido al arbitrio de una minoría.
En oposición a Lenin, Martov
defendía que para ser miembro del partido bastaría que la persona fuese
simpatizante de las ideas del mismo y que las bases fuesen las que controlasen
el partido e impedir que los jefes impusiesen sus directrices.
Al leninismo, o mejor dicho
al marxismo-leninismo, se le presentó con un envoltorio filosófico-científico.
Es decir: un sistema filosófico que decía demostrar “científicamente” que el
odio, el terror, la mentira, la calumnia, etc, eran “aspectos temporales” que justificaban la consecución final del “porvenir radiante de la Humanidad”, del “hombre nuevo”, de la Verdad, del Bien, del “paraíso de los trabajadores” con lo que
la Historia
se terminaba. Marx decía que la Historia sólo se movía por la lucha de clases.
Lenin remachaba diciendo que “la moral
proletaria está determinada por las exigencias de la lucha de clases”.
Lo de la consecución del “hombre nuevo”, fue uno de los mitos más
grandes de toda la Historia
humana.
El propio Antonio Gramsci,
hizo un diagnóstico muy pesimista al analizar la realidad social de la Unión Soviética y
sus satélites: tal “hombre nuevo” no
acababa de surgir en los regímenes comunistas, ya que los “valores burgueses del cristianismo” seguían anclados en las
personas. Ahí era donde había que actuar desarraigando los citados valores. Una
vez conseguido esto, el poder “caería en
el regazo marxista como fruta madura”, decía Gramsci.
¿Será el “hombre nuevo” el de la
China comunista que se vio paralizada por la visita del Real
Madrid que “provocó hasta paros laborales
y retenciones de tráfico” en el verano de 2.007? ¿Se acuerdan?
Se comprende que los
marxistas, y sobre todo los “paleomarxistas”, estén deprimidos, decepcionados y
disgustados. No obstante, y de vez en cuando, para desentumecerse, atacan ¡como
no! a Estados Unidos y a la religión cristiana, exudando su amargura en
artículos que parecen auténticos discos rayados.
Nota.- Recomendamos leer los
comentarios sobre los libros “El terror bajo Lenin”, y “El verdadero
Lenin”, insertados en este blog con fechas 23 y 26 de enero de 2017,
respectivamente.
Continuará.
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