Como decíamos en la anterior entrega, en ésta y en otras veremos que lo que decía la Constitución de 1918, distaba mucho de la vida real soviética.
El comunismo, una vez en el poder,
se apodera de toda la prensa, o de los “mass-media” que se diría ahora, para
convertirla en un inmenso campo de propaganda y apología del régimen, además de
comentar positivamente, y a todas horas, la doctrina marxista. De la prensa del
extranjero sólo se comentan las noticias en las que se ve la “próxima
revolución mundial”.
Ni qué decir tiene que el
director de un periódico era, y es, un
cargo político, siendo considerado como un funcionario del gobierno. El pueblo,
al que tanto se recurre cuando interesa, no podía expresar su pensamiento tanto
de palabra como por escrito.
Los citados “mass-media”, así
como la literatura, la ciencia, el teatro, el cine, etc. están bajo la censura
rigurosa y constante. Si alguien quiere actuar por su cuenta en cualquiera de
estos terrenos, la deportación, en el mejor de los casos, está servida.
Como no podía ser de otra manera,
el miedo estaba, y está en los sistemas comunistas, a la orden del día. Esto
hacía que personas de cierta importancia, que nada querían saber con el
régimen, simulaban un exaltado comunismo, tanto en periódicos como en
universidades. Recitaban de memoria toda la retahíla marxista, a la vez que
expresaban su adulación a los jerarcas soviéticos.
Con Lenin muerto y Stalin en el
poder, Trotsky, fundador del Ejército
Rojo, fue desterrado. Sus protestas,
unidas a las de otros camaradas, no sirvieron más para que lo asesinase el catalán
Ramón Mercader por orden de Stalin.
Tales protestas también salían de
intelectuales que se querían sublevar contra el sistema, y que terminaban
asesinados, en el Gulag o desterrados en algún lugar de Siberia.
Como dato curioso comentar que,
aunque la censura diese el visto bueno a una obra, tenían que ser las
autoridades las que permitiesen la impresión y la circulación del libro, que si
no era del agrado del sistema, se le imponía al autor la abjuración, siendo
automáticamente quemados todos los ejemplares públicamente y con gran
solemnidad.
En la próxima entrega veremos
someramente lo que sucedía en los complejos carcelarios y en campos de
concentración.
Continuará.
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