Como decíamos en la anterior
entrega, en ésta veremos someramente lo que sucedía en los complejos
carcelarios y en los campos de concentración.
En las prisiones y campos de
concentración, que estaban ubicados por todo el territorio soviético, estaban
los disidentes del comunismo, así como todo tipo de delincuentes y, como no
podía ser de otra manera, también estaban los considerados como “contrarrevolucionarios”,
ya fuesen obreros, campesinos, intelectuales, artistas, etc, además de los “sin
partido”.
Todo esto, y más, no concordaba
con lo que se leía en periódicos y revistas que se publicaban en el extranjero
por los delegados soviéticos. Así, por ejemplo, decían que las cárceles eran
mansiones ejemplares con bibliotecas,
escuelas, imprentas, talleres, etc, etc. Nada se decía del horror y el terror que tenían que soportar los
presos.
Por otra parte, llegaban a la
URSS, invitados por los soviets, delegaciones y grupos de obreros extranjeros,
a los que se les llenaba de agasajos y atenciones. Pocos fueron los que se
dieron cuenta de que fueron
escoltados, cuidados, agasajados, cebados, celebrados, embaucados, burlados,
engañados, cegados, fascinados, halagados y engatusados. Esto mismo sucede hoy
día en Cuba y en Corea del Norte.
El
tema de las “visitas” a las prisiones, y otras cosas, nos las cuenta José
Douillet en su libro “Así es Moscú. Nueve años
en el país de los soviets”,
Editorial “Razón y Fe”, 1930, 218 páginas. Conviene decir que Douillet fue
cónsul de Bélgica en la URSS.
La
escasez y mala calidad de los alimentos que se suministra a los presos, hace
que éstos enfermen, no pudiendo mejorar debido a la inexistencia de auxilios y
servicios sanitarios.
Los
esbirros del poder que “custodiaban” a estos presos, generalmente miembros de
la temida G.P.U., los martirizaban sin ningún tipo de contemplaciones. Así, por
ejemplo, todo aquel que dijese que estaba enfermo para no poder realizar los
trabajos forzados y forzosos de doce o catorce horas diarias, era brutalmente
castigado, llegando a considerar el fusilamiento como una deseada y verdadera
liberación. Ni qué decir tiene que los suicidios estaban a la orden del día.
Mientras
tanto, los organizadores y vigilantes de los presidios, organizaban grandes
orgías. De dichos presidios se podrían destacar, como lo más inhospitalarios y
dolorosos, los de la isla Solovky y la
cárcel de Yaroslav.
En
la próxima entrega veremos que, frente a las promesas del sistema de
igualitarismo, el pueblo quedó bajo la total y absoluta voluntad de los
gobernantes.
Fuente.- “El imperio soviético”, autor Dionisio R. Napal, Editorial Stella Maris, Buenos
Aires setiembre de 1932.
Continuará.
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