Como ya saben, estamos en tiempos de tolerancia. Sobre este asunto ya hemos escrito varias veces algo en este blog.
La tolerancia, es un vocablo manido y usado al que se
recurre cuando interesa. Se la considera como un bien total y absoluto que debe
protegerse y defenderse con uñas y dientes, y si es necesario, con capa y
espada.
Pero, claro, oiga, esta protección y defensa debe
hacerse siempre y cuando que lo que haya que tolerar sea
“políticamente correcto, “intensamente contemporáneo” y que además cuente con
la bendición de los profilácticos “pensadores químicos” y de los semáforos de
la palabra culta y “buenas costumbres”.
Esta “élite” de la tolerancia, suele estar
impregnada de ideas dogmáticas, doctrinarias y autoritarias, por mucho que lo
disimulen. Suele ser como un león domesticado en los edenes de la trampa y de
la mentira, que ve enemigos por todas partes, ya que está imbuida de mucho
temperamento, pero de poca razón porque, entre otras cosas, lo que pretende y
persigue es desencajar y derrumbar todos los valores éticos y morales.
Dicha “élite” cuenta con la inepcia de los
“mass-media” controlados por ya sabemos quién: por los que confunden la
arbitrariedad con el poder, que son los encargados de sembrar el descontento, el
enojo, la desilusión, la decepción, el resentimiento, el rencor, la animosidad,
el odio, etc., perdiendo el tiempo en asuntos y debates interminables, que nada
tienen que ver con la realidad social.
También persigue esta “élite” el poner el
mismo uniforme a las masas, lo que conlleva a la total desaparición de la
libertad de pensamiento.
Y terminamos con una frase del gran
escritor alemán Thomas Mann:
“La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.
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