domingo, 2 de agosto de 2020

Memoria histórica. El leninismo.



Hay que “recuperar la memoria histórica”, oiga. Vamos a ello.




 Como sabrán, en los meses de julio y agosto de 1903, y durante el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, celebrado en Bruselas y en Londres, nace el leninismo que, junto al nazismo, fueron los dos engendros netamente diabólicos que parió Europa.



En este II Congreso tuvo lugar la separación entre bolcheviques y mencheviques, dando lugar a la controversia entre las libertades democráticas y el interés del partido. Lenin defendió “la subordinación de todos los principios democráticos a los intereses del Partido”.



Pero lo que verdaderamente separó a bolcheviques y mencheviques fue la discusión sobre el principio de autoridad y cómo se reglamentaría el ser “miembro del partido”. Para Lenin los miembros del partido tenían que entregarse de forma ciega a las directrices del mismo: tenían que ser “activistas, obedientes, mentalizados y disciplinados”. Es decir: el pueblo estaría sometido al arbitrio de una minoría.



En oposición a Lenin, Y. Martov defendía que para ser miembro del partido bastaría que la persona fuese simpatizante de las ideas del mismo, y que las bases fuesen las que controlasen el partido e impedir que los jefes impusiesen sus directrices.



Al leninismo, o mejor dicho al marxismo-leninismo, se le presentó con un envoltorio filosófico-científico. Es decir: un sistema filosófico que decía demostrar “científicamente” que el odio, el terror, la mentira, la calumnia, etc, eran “aspectos temporales” que justificaban la consecución final del “porvenir radiante de la Humanidad”, del “hombre nuevo”, de la Verdad, del Bien, del “paraíso de los trabajadores” con lo que la Historia se terminaba. Marx decía que la Historia  sólo se movía por la lucha de clases. Lenin remachaba diciendo que “la moral proletaria está determinada por las exigencias de la lucha de clases”.



Lo de la consecución del “hombre nuevo”, fue uno de los mitos más grandes de toda la Historia humana. El propio Antonio Gramsci, hizo un diagnóstico muy pesimista al analizar la realidad social de la Unión Soviética y sus satélites: tal “hombre nuevo” no acababa de surgir en los regímenes comunistas, ya que los “valores burgueses del cristianismo” seguían anclados en las personas. Ahí era donde había que actuar desarraigando los citados valores. Una vez conseguido esto, el poder “caería en el regazo marxista como fruta madura”, decía Gramsci.



¿Será el “hombre nuevo” el de la China comunista? Decimos esto porque en julio del año 2003, con motivo de una visita del Real Madrid, este país quedó paralizado, provocando “hasta paros laborales y retenciones de tráfico” ( Periódico “La Nueva España”, de fecha 26-07-03).



Se comprende que los marxistas, y sobre todo los “paleomarxistas”, estén deprimidos, decepcionados y disgustados. No obstante, y de vez en cuando, para desentumecerse, atacan ¡como no! a Estados Unidos y a la religión, exudando su amargura en artículos que parecen auténticos discos rayados.



Como fácilmente se puede demostrar con palabras y hechos (en la Guerra Civil  Española y en la Revolución de Asturias del 34, por ejemplo), el marxismo-leninismo tiene una especial animadversión por la religión, en especial la cristiana. Sin embargo, curiosamente, en muchos aspectos se comporta como tal. Tiene un redentor: Carlos Marx. Tiene apóstoles y evangelistas: Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, A. Kollontai, Carlos Marighella, Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, etc. También tiene gente que, como Saulo, se han arrepentido: tal sería el caso del exmarxista francés André Frossard, entre otros muchos.



Tiene ¡cómo no! el Bien, que es el comunismo; el Mal, todo lo que se oponga a él; el Dogma, los postulados de Marx y Lenin; la Liturgia, las falsas elecciones en las que ya se sabe de antemano qué partido va a ganarlas; y la Curia, el parlamento “nomenklaturizado”. Además, el marxismo-leninismo tiene una cosa muy chocante: el unanimismo. Decía el periodista americano Walter Lippmann que cuando todos piensan igual es que ninguno piensa mucho. También decía un filósofo, no recordamos su nombre, que un individuo puede equivocarse, la muchedumbre siempre.



En fin, el comunismo ya sabemos cómo terminó. Decía Jean-François Revel: “Es un deshonor para Occidente que el Muro fuera a fin de cuentas derribado por las poblaciones sojuzgadas por el comunismo en 1.989 y no por las democracias en 1.961, como hubiera sido tan fácil que ocurriera”. (Libro “La gran mascarada”, página 31, comentado en este blog con fechas 1, 4 y 6 de febrero de 2017).



A pesar de que sus carencias fueron magnificadas por el dogmatismo ideológico, el comunismo ha sucumbido ante un vendaval que ha puesto en evidencia, con todo dramatismo, que su modelo económico y su dirigismo colectivista son inviables.


Y terminamos con una frase del monstruoso Lenin, que para un pedante marxista infumable había sido “el personaje más importante del siglo XX”, y para Pablo Iglesias Turrión era “un genio”:



 “Todo concepto de Dios es una indecible indignidad, un despreciable autovómito”, libro “Memorias del cardenal Mindszenty”, página 33.


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