domingo, 2 de agosto de 2020

Cambio en la Ley Electoral



La verdad es que nos hace gracia el revuelo mediático que se forma cuando hay elecciones, ya sean locales, autonómicas, estatales o europeas. Lo hemos visto estos días con las elecciones gallegas y vascas.




 Los encargados de organizar ese revuelo, lo primero que hacen es sacar a relucir los sempiternos términos de “izquierda” y “derecha”, no como opciones políticas en las que los candidatos toleren y respeten sus lógicas discrepancias, sino como vocablos que expresan antagonismo, descalificación e incluso violencia entre los adversarios electorales.



Algunos partidos no se dan cuenta que el apelar a tales conceptos para capturar votos, no tiene sentido. Al fin de cuentas, el que un partido gane unas elecciones, no es porque lo hayan votado sus militantes o sus simpatizantes, sino porque, a última hora, el voto “infiel”, el voto “variable”, es decir, el voto de las personas sin adscripción ideológica es el que desequilibra la balanza. Esto es debido que, a la gente, en general, se preocupa más por los problemas (paro, crisis económica, inseguridad, terrorismo, marginación, incultura, etc) que por las ideologías. Éstas, muchas veces, dificultan las elecciones y la convivencia.



Ya que los partidos políticos recurren a la Constitución Española cuando les interesa, convendría que diesen un repaso a los artículos uno y nueve, apartados 2, que dicen respectivamente, entre otras cosas, lo siguiente:



“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”.



“Corresponde a los poderes públicos facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”.



Sin embargo, no nos damos cuenta de que a los españoles nos están presionando continuamente tratando de convencernos de que estamos en una auténtica democracia.



Pocos se paran a pensar que nuestro voto está teledirigido. A la hora de elegir a sus representantes, los ciudadanos deberían ser electores y no votantes de los candidatos, como ya hemos dicho varias veces. A éstos los eligen las cúpulas de los partidos a espaldas de los electores. Es decir: las personas se limitan a confirmar lo decidido de antemano por las fuerzas políticas en listas cerradas. De esta forma se producen todo tipo de politiquerías, pactos, etc, de los que en ningún momento se ha informado a los electores en las campañas.



Con este sistema, los gobiernos constituidos mediante pactos son de gran fragilidad, pues los partidos presentan programas no sólo contradictorios, sino que, en algunos casos, son antagónicos. Además, los pactos postelectorales son un auténtico fraude a los electores y violan la voluntad popular.



Lo que pedimos es una clara y meridiana participación ciudadana, y no un mangoneo partitocrático que proclama la “fiesta de la democracia” en la  mnque los ciudadanos parece que estamos siendo domesticados por los partidos.



Los posibles cambios que se podrían hacer serían:



Primero.- Que gobernase la opción más votada. En Francia, por ejemplo, en las elecciones locales y autonómicas, así se considera. Con esto se evitaría que partidos minoritarios con poca o escasa representación en concejos y autonomías, se erigiesen en dueños y señores de la gobernabilidad.



Segundo.- Elección a doble vuelta, en el caso de que en la primera no hubiese alcanzado ninguna candidatura la mayoría.



Tercero.- Listas plenamente abiertas, limitación de mandatos e incompatibilidades. Con esto se evitarían el servilismo, el clientelismo, el comisionismo y los amaños políticos, sindicales, mediáticos y culturales.



Cuarto.- Los candidatos que se presentasen en las listas abiertas, lo harían previa recogida de firmas del censo electoral. Es decir, tendrían que presentar un tanto por ciento mínimo (por ejemplo un 8%) de dichas firmas.



Quinto.- Suprimir la previa entrega de papeletas por correo, obligando al elector a pasar por la cabina electoral, en donde estarían depositadas todas las papeletas.



Sexto.- Controlar la propaganda y la publicidad electorales, para evitar abusos, excesos, contaminación moral, sectarismo, fanatismo y embrutecimiento social.



Séptimo.- Tipificar penalmente la mentira, el engaño, la calumnia, la injuria, la difamación, el llamar “asesinos” y “criminales” a los adversarios con pancartas, manifestaciones y “escraches”.


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