sábado, 21 de abril de 2018

“Mi fe se perdió en Moscú” ( V )



Así se intitula el libro de Enrique Castro Delgado, Ediciones Luis de Caralt, agosto 1964, 390 páginas incluido Índice.

Someramente diremos que el autor fue un componente muy activo del PCE, siendo el primer comandante del V Regimiento. También fue director general de la Reforma Agraria. Cuando terminó la Guerra Civil española, se marchó a la URSS, regresando a España, permaneciendo aquí hasta su muerte en 1964. Su regreso estuvo motivado por el desencanto de lo que vio en la Unión Soviética, al igual que otros muchos que tuvieron los dídimos suficientes de decirlo.

Como decíamos en la anterior entrega, en ésta veremos la impresión que le causó el funcionamiento de las fábricas soviéticas a Enrique Castro Delgado, impresión que hizo derrumbarse su fe en el comunismo ya que, como siempre, todo era, y es, mentira. En la página 330 se lee:

“Condenarme a muerte, asesinarme por los procedimientos «naturales» era, en cierta medida, arriesgado: tarde o temprano se sabría; tarde o temprano algunos de los españoles que están aquí lograrían salir y no fal-taría quien al saber lo ocurrido les lanzara a la cara la acusación de un nuevo crimen. Pero ¿quién se atrevería a acusarlos de asesinato por haberme enviado a trabajar a una fábrica «socialista»? Y, sin embargo... Si yo tuviera que elegir entre el paredón y una fábrica soviética elegiría sin vacilar aquella «solución». Prefiero unas horas de angustia y unos minutos o segundos de dolor a meses y años de agonía espantosa: 14 horas de tra-bajo; tres platos diarios de agua caliente con algunos trozos de berzas; rit-mos de trabajo que hacen pensar que Ford y Citroën («10 HP») eran unas buenas personas, que montaron sus fábricas no para explotar a unos cuan-tos millares de obreros americanos y franceses, sino para que algunos mi-llares de trabajadores americanos y franceses se entretuvieran durante al-gunas horas del día; 10 rublos diarios de jornal; un 30 por ciento de des-cuentos por diferentes conceptos; una vigilancia odiosa de seis ojos educa- dos durante años para ver todo lo que pasa e interpretarlo: los ojos del se-cretario del Partido, los ojos del secretario del sindicato y los ojos del jefe de la sección de cuadros (N.K.V.D.), es decir, expuesto en cada momento a una acusación política o a ser acusado de producción escasa y deficiente o de sabotaje al esfuerzo de guerra del «país del socialismo»; teniendo que vivir en barracas que hacen que el hombre envidie a las bestias; teniendo que vivir agonizando y viendo agonizar a los suyos sin protestar, sin poder luchar, sin poder huir y teniendo que responder cuantas veces se lo pregunten a uno: «soy un ciudadano del país de la felicidad».

He visto la fábrica «Stalin» de Moscú; la fábrica «Molotov» de Gorki; la fábrica «Hoz y Martillo» de Jarkov; la fábrica de locomotoras de Vo-rochilogrado y la fábrica metalúrgica de Krematorsk. En total: unos ciento cincuenta mil obreros. Y a muchos de ellos los he visto trabajar y vivir. A los rusos y a los españoles que trabajaban en estos cinco lugares. Y después de verlo fue cuando en mí comenzó a morir la fe, cuando en mí surgió la desilusión y con la desilusión la angustia. ¿Qué importa que muchos que vinieron aquí como «turistas» sigan hablando en sus respectivos países de «la clase obrera en el poder», o «de la única clase obrera en el mundo que vive feliz», si ellos no vieron más que lo que quisieron enseñarles o llegaron dispuestos a decir lo que quisieran aquí que dijeran al retornar a sus países?... ¿Qué importa que el «Boletín de Información» de las embajadas  soviéticas siga publicando artículos y fotografías hechos de en-cargo para hacer creer que «su» mundo es el sueño de todos los explotados del mundo socialista convertido en realidad?... Yo he visto a esta clase obrera. He visto su comida. He visto sus ropas. He visto sus casas. Y he visto cómo trabajan. Y estoy seguro de que si estas condiciones de vida y de trabajo se trasplantaran a muchos países del mundo, el mundo se estremecería en sus cimientos por profundas y tremendas convulsiones sociales...”

En la próxima y última entrega, seguiremos viendo la descripción que nos hace Castro Delgado del desastroso mundo del obrero soviético.

Continuará.



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