martes, 10 de abril de 2018

“Érase una vez la URSS” ( I )



Así se intitula el libro de Dominique Lapierre, Editorial Planeta, S.A., 2005, 181 páginas, incluido Índice.


Dicho libro viene a ser un resumen de un viaje que el autor, periodista de “Paris Match”, hizo a la implosionada URSS en 1956, acompañado de su esposa y del fotógrafo Jean-Pierre Pedrazzini, acompañado también de su esposa. Para hacer dicho viaje, a bordo de un coche marca “Simca”, que causaba la admiración del pueblo soviético, tuvieron que contar con la autorización expresa del dictador Kruschev.

Como recordarán, en ese año de 1956 se celebró el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, en el que Kruschev condenó públicamente a Stalin, aparentando una apertura y un cambio en la URSS. Y decimos aparentando porque, como ya sabrán también, en octubre de ese mismo año Kruschev envió los tanques a Hungría para aplastar el levantamiento magiar, masacrando a miles de ciudadanos. En esta masacre pereció Jean-Pierre Pedrazzini, que se había desplazado allí para sacar unas fotos.

En este libro se ve el fanatismo y el sometimiento del pueblo soviético por parte del omnipresente partido que lo controlaba todo, como ya es sabido.

En la página 66 nos narra el autor que quería saber cómo era la vida de una dependienta del “GOUM”, que eran unos grandes almacenes de la extinta URSS. Tal asunto no se pudo lograr porque una de las chicas que quería entrevistar desapareció misteriosamente, y a otra no la dejaban sus padres entrevistarse con extranjeros.

En la página siguiente nos cuenta Lapierre cómo familias distintas tienen que compartir cocina y retrete, cosa chocante en el “país del Sputnik”, y después de 40 años de comunismo.

En la página 90 se lee el pequeño percance que tuvieron con su coche al quedar hundido en la tierra debido a las lluvias. Pedrazzini, acompañado siempre de su cámara fotográfica “Leica”, quería “inmortalizar nuestro naufragio”. En ese momento surgen por todas partes soldados y un oficial “se precipita hacia Jean-Pierre para arrebatarle la cámara”.

En la página 97, se lee:

“Averiguar el salario de un koljosiano e identificar las ventajas de las que se beneficia se convirtió en un auténtico rompecabezas. En ausencia de las minicalculadoras de la era electrónica que todavía no han aparecido aquí, tenemos que arreglárnoslas con el único instrumento de cálculo disponible en la Rusia del Sputnik: el ábaco”.

En la página 147 y siguientes, dentro del capítulo intitulado “Los ciento ochenta mil coches del obrero Iván Gregorievich”, se habla de la ciudad de Nizhni Nóvgorod, cuya traducción al español sería “Villanueva de Abajo”, nombre que sería cambiado por la dictadura comunista por el de Gorki, amigo de Lenin, y que en 1990, recobraría de nuevo su nombre original, y en la que estuvo desterrado el premio Nóbel Andréi Sájarov. En esta ciudad se encontraba una fábrica de coches y camiones marca “Montova”. Nos cuenta Lapierre:

“Los camiones de la cadena número 1, que desfilan ante nuestros ojos, son los mismos que, hace tan sólo dos años, transportaron en secreto por las pistas llenas de baches de la jungla vietnamita los cañones que masacraron a los defensores franceses de Dien Bien Phu. Al lado de la nave de los camiones, una cadena ensambla diariamente unos ciento veinte coches Pobieda, destinados a las administraciones y a los privilegiados del régimen”.

Más adelante nos cuenta el  autor sus impresiones de su diálogo con Iván Gregorievich Sitnov, trabajador de dicha fábrica. Esto lo veremos en una próxima entrega.

Continuará.





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