Lamentamos
mucho disentir y no estar de acuerdo con algunos optimistas de la casta
política que nos están constantemente dorando la píldora con sus previsiones
esperanzadoras y promesas reconfortantes para España, o bueno, para lo que
queda de ella. No estaría mal que tuvieran razón con sus sabrosos y exquisitos
planteamientos, a veces enunciados con un arpegio casi atronador, pero
sencillamente creemos que esto es una aporía.
Otro de los grandes problemas de España, además de los que ya están a la orden
del día, es el de la citada casta política: en vez de preocuparse del pueblo,
se preocupa mucho de sus discusiones y rencillas interiores. Lo estamos viendo
a diario: constantes pretextos y escusas, echando la culpa al otro.
Cuando aparece alguien que verdaderamente quiera coger el toro por los cuernos,
enseguida se le echan encima los del “consenso”, y se le tumba, se le silencia
y se le insulta con los calificativos decimonónicos de siempre: fascista,
retrógrado, partidario de la conspiración judeo-vaticana y de más monsergas. Hay
que mirar para el panel ideológico, oiga. Y así estamos.
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