Según el Diccionario de los “inmortales” de la RAE, la
palabra lealtad tiene una acepción: “Amor o gratitud que muestran al hombre
algunos animales, como el perro y el caballo”. También este Diccionario
presenta una acepción sobre la palabra fidelidad: “Puntualidad, exactitud en
la ejecución de algo”.
Tales significados se ven perfectamente en estos
momentos, solo que en vez de perros y caballos hay personas, y en la segunda
palabra, esa ejecución de algo nada importa que sea una burrada, un perjuicio,
un daño, una desgracia, etc.
Lo que en realidad se busca con estos dos conceptos es
captar votantes y militantes sumisos y dóciles que estén convenientemente
preparados para obedecer y cumplir mandatos, decretos, leyes, reglas, bandos,
órdenes, etc, sin rechistar. Una vez que se haya conseguido esto, vienen las
prebendas, los momios, las sinecuras, canonjías, etc, para esta gente que jamás
ha dado un palo al agua, o que son de una ineptitud incalificable. (Seguro que
recuerdan aquella frase del ínclito Alfonso Guerra: “Quien se mueva no sale
en la foto”)
La fidelidad es como si fuese una obediencia ciega: es
como una devoción a un guía, a un cabecilla, a un gobernante, etc, sin
discutir, ni debatir, ni objetar nada de lo que dice y hace. Y así llegamos a
donde estamos: a aceptar a pies juntillas todo lo que dicen y hacen los
gerifaltes de los partidos, como si estuviésemos en un régimen totalitario al
que tanto critican . . . bueno, si es de los “nuestros” ni puñetera palabra.
Que se lo pregunten a Maduro, por ejemplo.
¿Ha protestado algún “fiel” por la última de Su
Sanchidad”? Como ya sabrán, ha introducido en TVE dos fieles: Maribel
Sánchez-Maroto y Jon Ariztimuño.
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